martes, 9 de junio de 2015





La  Odisea   


Escrita por Homero


CANTOS 21 A 24



Compilado por Ruben Dario Alvarez 



Introducciòn

Como siempre intentaremos  cumplimentar con las premisas impartidas por el señor profesor, pero nos encontramos con un pequeño gran problema ; es necesario comprender cabalmente cosmogonia y realidades de la bella obra titulada LA ODISEA  , epopeya que cuenta las penurias   de Odiseo   y su lucha por regresar a los brazos de su amada Penélope 

Epopeya es un poema extenso del género épico. Se diferencia de otros poemas épicos por su mayor extensión y por la grandeza del tema, el cual debe trascender las circunstancias del argumento y ofrecer valores que tengan una repercusión universal.

Se caracteriza por una métrica grave que realza la elegancia del idioma y da brillo al tema (los griegos usaban el hexámetro). El héroe de la epopeya tipificaba las virtudes de su pueblo; era un modelo a imitar por su inteligencia, valor, bondad, sentido de justicia, etc. Llegaba a alcanzar estatura sobrehumana, a través de la inclusión en el poema de elementos mágico-religiosos que reforzaban su imagen mítica. Incluso en epopeyas donde predomina una visión realista, hay elementos de este tipo. En otras el elemento fantástico se acentúa. De acuerdo con algunos preceptistas, las epopeyas se dividen en cuatro tipos: popular (como el Cantar del Mío Cid); culta (como La Araucana); religiosa (como La Mesíada); heroicoburlesca (como Gatomaquia). 

En el caso de la Odisea, es una epopeya que narra las fantásticas e innumerables aventuras de Ulises (Odiseo), rey de Ítaca.

El poema es  uno de los primeros textos de la épica grecolatina y por tanto de la literatura occidental. Se cree que el poema original fue transmitido por vía oral durante siglos por aedosque recitaban el poema de memoria, alterándolo consciente o inconscientemente. Era transmitido en dialectos de la Antigua Grecia. Ya en el siglo IX a. C., con la reciente aparición del alfabeto, tanto la Odisea como la Ilíada pudieron ser las primeras obras en ser transcritas, aunque la mayoría de la crítica se inclina por datarlas en el siglo VIII a. C.

La Odisea arranca donde termina el argumento de la Ilíada. Odiseo, rey de Ítaca, decide regresar a su tierra una vez ha concluido la guerra de Troya, pero la voluntad adversa del dios Poseidón (deidad marina) lo obliga a viajar indefinidamente durante años por lejanos, peligrosos y extraños sitios.

En su palacio en Ítaca, entre tanto, un gran número de pretendientes que están convencidos de que el héroe en esos veinte años de ausencia debe ya haber encontrado la muerte, trata de ganarse la voluntad de Penélope, esposa de Odiseo, para quedarse con las riquezas y poder de éste.

Por medio  de artimañas  consigue mantenerlos a distancia sin llegar a comprometerse con ninguno de ellos, dilatando su decisión de casarse con alguno mediante astutos subterfugios. Sin embargo, los pretendientes amenazaban con dilapidar la fortuna de Odiseo mientras Penélope no se decida a aceptar algunos de ellos por esposo.

Por esa época Odiseo se encuentra retenido en una lejana isla por una ninfa de nombre Calipso, que enamorada del héroe pretende que éste se convierta en su compañero para siempre.

Viendo que tras siete años de retención Odiseo aún anhela volver a su patria, la ninfa, conmovida por la tristeza del hombre que ama y forzada por las órdenes de Zeus, decide dejarlo en libertad. Odiseo se hace a la mar en una balsa que él mismo construye, con la cual consigue llegar a la tierra de los feacios, donde Nausícaa, hija del rey Alcínoo, lo rescata del naufragio de su débil embarcación y lo conduce al palacio real, donde es atendido como un dios.

A sus generosos huéspedes Odiseo narra todas las aventuras que ha vivido desde que comenzó su interminable viaje por los mares. Por él mismo sabemos, pues, que acosados él y sus hombres por el cíclope Polifemo, que pretendía devorarlos paulatinamente a todos, se vieron obligados a cegarlo para poder escapar, desatando así la furia del dios Poseidón, donde padre del cíclope, que arroja contra los hombres de Odiseo la más terribles tormentas marinas, las cuales los conducen cada vez más lejos de Ítaca.

En aquel fantástico recorrido conoce a la envenenadora maga Circe, que convierte en cerdos a todos sus hombres; viaja hasta el Hades (el país de los muertos) para consultar con el difunto adivino Tiresias la suerte que su destino le ha deparado; relata el modo cómo evitó que en alta mar el nefasto y dulce canto de las sirenas acabara por su perdición; refiere el increíble episodio humanamente insalvable de los monstruos Escila y Caribdis, el modo como supo superar esos escollos, y la imprudencia de sus compañeros que atraen para sí la desgracia cuando comen las vacas del Sol.

Los feacios ayudan en todo lo posible al héroe para que pueda retornar a su hogar. Una vez en Ítaca, disfrazado de mendigo, Odiseo es secundado por su hijo Telémaco parra acabar con todos los pretendientes de su esposa en una memorable matanza.

Detalles
Resumen del canto XX
Previo a la actividad pero necesario para comprender la estructura del relato

Sin poder dormir, Odiseo le solicita a Atenea su ayuda para matar a los pretendientes. Penélope le ruega a Artemis, morir para no sufrir más. Melantio, el cabrero, increpa a Odiseo. Y Filetio, el boyero, lo trata bien pero los pretendientes vuelven a insultarlo. Teoclímeno, el adivino, presiente una desgracia y les advierte pero los pretendientes se ríen de él.

Canto  XXI

Penélope les explica a los pretendientes que el que pueda armar, tensar y disparar una flecha entre el centro de doce hachas, será el que gane la contienda y se casará con él. Telémaco trata de hacerlo pero una señal de Odiseo lo detiene. Los pretendientes intentan armar el arco y ninguno lo logra. Odiseo se identifica con Eumeo y Filetio, les dice que deben de cerrar las puertas a una señal suya. Los pretendientes se molestan cuando ven que el mendigo quiere tensar el arco pues dicen los humillaría si él pudiese hacerlo y se llegara a saber. Mientras Odiseo arma el arco, les hace una seña a sus fieles y éstos cierran las puertas y Euriclea encierra a las mujeres. Odiseo dispara la flecha que pasa por los arcos. Los pretendientes tienen miedo. Telémaco, a una señal de su padre, se sitúa junta a él.

Canto XXII

Odiseo se despoja de sus andrajos y le dispara una flecha a Antínoo que cae muerto. Odiseo les dice a los pretendientes quién es él y Eurímaco, le contesta que le asiste la razón, que los deje vivir y que cada pretendiente le devolverá veinte bueyes, bronce y oro para resarcir lo que ellos devoraron. Odiseo lo mata. Telémaco va por armas para los cuatro y se desata la batalla. Melantio llega a donde están las armas y se las da a doce pretendientes, cuando va por más, es capturado por Eumeo y Filetio quienes lo castigan. Todos los pretendientes son asesinados, excepto Femio, el aedo, y Medonte, el heraldo. Odiseo le pide a Euriclea, le diga quienes de las mujeres eran traidoras y le pide que las traiga para limpiar y llevarse los cadáveres. Doce fueron ahorcadas y Melantio fue mutilado hasta que murió. La casa fue purificada con azufre.

Canto XXIII

Euriclea despierta a Penélope para informarle que el mendigo era en realidad su esposo y que ya había matado a los pretendientes. Ella no lo cree y se muestra con mucha precaución ante Odiseo. El dice el como fabricó su lecho nupcial y ella ya le cree. Odiseo manda que se toque música y que dancen las esclavas para que la gente que pase por ahí crea que celebran una fiesta. Solos en la noche, Odiseo le relata sus aventuras y le dice que debe cumplir con la profecía que le había hecho Tiresias cuando fue a la morada de Hades. A la mañana siguiente, acompañado de su hijo y los pastores va a buscar a su padre Laertes.

Canto XXIV

El pacto. Las almas de los muertos viajan al Hades, donde cuentan lo ocurrido a Agamenón y Aquiles, compañeros del héroe en la expedición de los aqueos a Troya. Odiseo marcha a casa de su padre, Laertes, que se encuentra trabajando en la huerta. El hombre se encuentra envejecido y apenado por la larga ausencia de su hijo. Para ser reconocido, Odiseo le muestra la cicatriz y recuerda los árboles que en su infancia le regaló su padre.

La noticia de la matanza se ha propagado y el padre de Antínoo llega a buscar venganza. Empieza una nueva batalla. Laertes mata a Eupites. Atenea y Zeus, ayudan a hacer una tregua y hacen que haya un convenio de paz. 

Una vez   introducido el tema podemos ahondar algunos de  los aspectos , que si bien desarrollados en clase, creo necesarios  retomar

LA ODISEA

¿Qué es la Odisea?
La Odisea es una epopeya dramática que cuenta las peripecias del héroe Odiseo, quien después de combatir en Troya al lado de los aqueos, intenta regresar a su hogar en Ítaca salvando los obstáculos puestos en su camino por el furioso dios Poseidón, para finalmente, después de muchos años de ausencia forzada, darse a conocer a su esposa Penélope mediante una serie de pruebas y asesinando a los viles pretendientes de ésta.

Odisea es un término derivado del vocablo griego Odyssey, que significa “el relato de Odiseo”. Con el paso de los siglos, la palabra se ha convertido en sinónimo del viaje difícil, de la empresa riesgosa. Compuesta hacia finales del siglo VIII a.C., y transcrita en la Atenas del siglo VI a.C., es, junto a la Ilíada, la obra fundacional de la literatura occidental.

Con más de dos mil quinientos años de antigüedad, su lectura sigue siendo hoy de mayor interés por sus aventuras cargadas de fantasía, el retrato de caracteres humanos finalmente logrado y la descripción de la sociedad griega de fines del imperio micénico. Ha sido tan honda su huella en nuestra cultura que el más osado de los novelistas modernos, el irlandés James Joyce, se inspiró en ella para escribir la compleja novela Ulises, poniendo de relieve la inmensa deuda de la novela como género literario como La Odisea.

La Odisea está compuesta por 24 cantos o rapsodias, división que parece ser antiquísima, como a menudo lo prueban los finales y comienzos de los cantos, repartidos con perfecto equilibrio en seis grandes motivos dramáticos, hecho que revela el elevado nivel de elaboración formal y de conciencia narrativa del poema.

Los seis bloques dramáticos son:
  • La Telemaquia, Telemaquiada o Viaje de Telémaco en busca de su padre Odiseo
    (Canto I a V)
  • Las aventuras de Odiseo, narradas en tercera parte, desde su liberación por Calipso, en Ogigia, hasta su recibimiento en el palacio de Alcínoo, rey de los feacios (cantos I a VIII)
  • Las aventuras de Odiseo narradas en primera persona por el propio Odiseo durante su estancia en Esqueria (Cantos IX a XII)
  • La llegada de Odiseo a Ítaca, junto al porquero Eumeo (Cantos XIII a XVI)
  • Odiseo entre los pretendientes, presentado bajo la figura de un mendigo (Cantos XVII a XX)
  • Matanza de los  pretendientes y sus consecuencias (cantos XXI a XXIV)


Relación Texto contexto histórico y social

Al llegar al año 1.000 a.J.C., comenzamos a encontrar datos que nos explican la vida y hechos de los pueblos helénicos. Así sabemos que los primeros en ocupar la Península fueron los helenos; a los que Homero llama aqueos. Una vez terminada su emigración, se establecieron en Grecia, se civilizaron rápidamente, en contacto con los egeocretenses, más cultos que ellos. Pero más tarde, una vez terminada victoriosamente la guerra contra Troya y desarrollada extraordinariamente su civilización, la hegemonía de los aqueos acabó con la invasión del otro pueblo helénico: los dorios, más fuertes y belicosos que los aqueos. Debido , en parte , al quebrado relieve de Grecia, los estados suelen reducirse a una sola ciudad: la ciudad estado. A medida que la población crece en un marco tan reducido, se presenta la necesidad de emigrar. Pero no de emigrar a otra nación, sino de fundar colonias en las costas de Asia Menor, del Mar Negro, de Italia y del Mediterráneo.

Pero en la Antigüedad, las ciudades estado estaban sobre los mares Egeo, Jónico y la Península del Peleponeso. Las más notables fueron: Atenas, Esparta (Loconia o Lacedemonia), Corinto, Creta, Mecenas, Ítaca. Así cada ciudad, cada región, tenía su jefe o su rey.

Espacio geográfico
Se limita a los corrales , dependencias , Gineceo  y  cercanías   al Palacio de Odiseo 

Espacio ético. 

La obra homérica contiene muchos de los valores de la sociedad griega de entonces y dan evidencia de una profunda comprensión de las dimensiones cósmica y trágica del dilema humano.

Los héroes homéricos se rigieron por el concepto de areté, ideal de excelencia que comprenden las excelencias físicas, espirituales e intelectuales, a las que debían apegarse si querían conservar su honor, la nobleza y la gloria. Debían cultivar y desplegar fuerza, valor, destreza guerrera, capacidad, elocuencia y cierta sabiduría. Odiseo demuestra estas cualidades y, como la obra se desarrolla en tiempos de paz, la inteligencia, la paciencia, la prudencia, sagacidad e ingenio son las que le permiten el éxito de su empresa.

El deber obliga al héroe a cumplir con su estado de líder. Ellos tenían la obligación ante el pueblo; se debían más al pueblo que a sí mismos. El que faltaba a su deber pierde el honor.

Por eso, la nobleza o el aristos exigía probar sus méritos personales para permanecer en la nobleza.[1]

Dentro de la ética homérica, la venganza es la búsqueda del equilibrio perdido por la cólera o el deshonor. Es justa y correcta para recuperar el honor. Por eso se da la venganza en contra de los usurpadores pretendientes.





Apendice 1


PERSONAJES

Ciclopes àPolifemo: Uno de los cíclopes, hijo de Poseidón.
Tenía un solo ojo en mitad de la frente.

Telémaco: Hijo de Odiseo y Penélope. Es el hijo que todos quisieran engendrar. Creció en medio de festines de los pretendientes, sin tener clara conciencia de que eran enemigos naturales suyos ni de que llegarían a fraguar un complot contra su vida. Con todo, no necesita más que un leve impulso exterior –la visita de Atenea/Méntor en la Rapsodia I- para que despierte en él la íntima y necesaria disposición hacia la iniciativa y la acción.

Sin avisar siquiera a su madre, pues sabe que ella solo lo frenaría con sus temores, emprende su viaje tras fracasar ante la Asamblea en su intento de conseguir algún apoyo para sacar a los pretendientes de su casa.

Por primera vez en su vida abandona la casa paterna para salir al gran mundo de las cortes aqueas. Es un muchacho campesino que de pronto descubre los beneficios de su alta cuna y educación, azorado y sorprendido por el reconocimiento y las atenciones de que es objeto en Pilos y Esparta. Es entonces cuando en su espíritu comienza a tomar forma el proyecto de venganza. La imagen ejemplar del padre perdido y el ejemplo esclarecedor de Orestes, son factores capitales de su transformación en adulto.

Atenea: Diosa de la sabiduría, las ciencias y las artes. Nació del cerebro de Zeus completamente armada. Atenea es la personificación de la inteligencia y el espíritu, la diosa de brillantes ojos cumple en la obra un papel decisivo, en su calidad de protectora de Odiseo y Telémaco.

Por un lado, demuestra ser la única presencia femenina que está a la altura de las virtudes del héroe, con quien mantiene una relación de camaradería y complicidad, como acaso solamente en nuestros días cabe esperar de la relación entre hombre y mujer. No es un secreto para nadie que Odiseo es su favorito, pues hasta sus astutos halagos, con los que intenta en ocasiones engañarla, y sus mentiras, cuentan con la humorística aprobación de la diosa.
Su actitud hacia Telémaco es protectora, pero no paternalista. Se diría que tiene gran conciencia pedagógica, pues los sabios consejos y los ejemplos tomados de la vida misma, convierten a Telémaco en hombre con rapidez y eficacia.

No son discursos fríos y abstractos los que dirige al joven príncipe; como los verdaderos maestros, enseña una pasión, transmite su inquietud. Inquietud que se transluce, por ejemplo, cuando la víspera de la venganza, se muestra ansiosa por iniciar el combate; pasión que se expresa en forma cabal cuando, majestuosamente instalada sobre la viga del salón en medio de la refriega desatada con la cabezas de Medusa, que los hace enloquecer de espanto y los metamorfosea en estatuas de fría piedra. Y sin embargo, es ella la encargada de visitarnos, por el dios de los dioses, Zeus, de conquistar la paz para Ítaca.

Odiseo: El protagonista de la epopeya, es quizá el héroe más grande y humano de la épica griega. Hombre de mediana edad, a su regreso a Ítaca debe tener unos 45 años, como mínimo, y está en el apogeo de su existencia. En primer término, Atenea lo ha dotado con la gracia que otorga la belleza física. 

El largo viaje lo acaba de hacer un hombre distinto no solo en relación consigo mismo, sino comparado con los demás caudillos aqueos vencedores de Troya. Ya no es únicamente el maestro de la palabra por excelencia, virtud que lo hiciera famoso desde aquellos tiempos de la guerra.

Ha dado un gigantesco salto en el espacio y tiempo, mostrando el camino nuevo a todo su pueblo, encarando la muerte, el luto y toda suerte de desgracias, con la esperanza de regresar a la simple vida hogareña.


Teoclímeno, Suerte de adivino que vaticina la muerte a todos los presentes en uno de los banquetes de  los pretendientes de Penelope  .

Tiresias  : Adivino tebano, único mortal que conservó la memoria en el Hades.


Anfínomo uno de los pretendientes  de la casa de Odiseo ,es muerto por Telémaco quien le  arrojó una lanza que se hundió en la espalda del atacante y le salió por el pecho.

Ctesipo (Κτήσιππος), uno de los pretendientes de Penélope 

Otros pretendientes  Erimante, Leodes , Femio Terpiada Anfótero, Epaltes, Tlepólemo  Damastórida, Equio, Piris, Ifeo, Evipo y Polimelo Argéada. Agelao , Leócrito Evenórida  y Pisandro  , Medonte, Melantio

Pólibo  El padre de un pretendiente de PenélopeEurímaco, muerto por Odiseo a su vuelta.

Penélope: Esposa de Odiseo y madre de Telémaco, símbolo de la fidelidad conyugal, la paciencia y el ingenio. Para la reina de Ítaca la vida no ha sido color de rosa. Poco disfrutó su juventud. Casada muy joven con Odiseo, su hijo era una criatura cuando su esposo marchó a la Guerra de Troya.

Penélope ha pasado veinte años encerrada en sus reales aposentos, rodeada por una multitud de esclavas –no todas leales-, llorando la ausencia del héroe y esquivando a los importunos que pretenden casarla de nuevo. Su fidelidad conyugal tiene mucho de terquedad: anclada en su pena, ha terminado por volverse escéptica y pesimista.

Mantenida en la ignorancia del regreso de Odiseo y marginada del proceso de venganza, no atina a comprender los vertiginosos acontecimientos que se suceden en el palacio, los rumores y predicciones, el cambio radical del su hijo Telémaco.

Dedicó poner punto final a la inestabilidad de tantos años, cediendo al fin a las pretensiones de sus huéspedes. Íntimamente está dispuesta a dejarse morir una vez que el desposorio se realice, con tal que la calma reine de nuevo en la heredad de Telémaco. Su escepticismo es una coraza que ha vestido para no crearse falsas ilusiones, para protegerse del dolor. Por eso duda en reconocer a Odiseo.

Es tan grande su sorpresa al enterarse de todo, que las palabras le faltan para expresar sentimientos que han sido reprimidos por tantos y tantos años. Una humilde felicidad la embarga, aunque deba conocer de nuevo a su esposo, a quien su peregrinar ha convertido en un extraño.

Lampo y Faeton los  potros que conducen a Eos.

Equeto  El rey Equeto llamado azote de todos los mor­tales

Pisístrato: Hijo de Néstor, acompañante de Telémaco.

Zeus: hijo de Cronos y Rea. Dios del cielo, el rayo, etc. Conoce el futuro y a veces los revela a los mortales.

Ares se considera el dios olímpico de la guerra, aunque es más bien la personificación de la brutalidad y laviolencia, así como del tumulto, confusión y horrores de las batallas, en contraposición a su hermanastra Atenea, que representa la meditación y sabiduría en los asuntos de la guerra y protege a los humanos de sus estragos. Los romanos lo identificaron con Martedios romano de la guerra y la agricultura (al que habían heredado de los etruscos), pero éste gozaba entre ellos de mucha mayor estima.

A pesar de ser identificado como dios de la guerra, no siempre sale victorioso en los combates. De hecho, resulta varias veces herido, sobre todo en sus enfrentamientos con su hermana Atenea, divinidad también guerrera.

Pandáreo Era el padre de dos hijas llamadas Aedón y Quelidón (o Quelidónide). La primera se casó con Politecno de Colofón, y vivieron tan felices que alardeaban de llevarse mejor que Zeus y Hera. Los dioses, ofendidos, les enviaron a Eris (la discordia) para que arruinara su matrimonio. Así, en una visita que hizo Politecno a su suegro, engañó a su cuñada diciéndole que Aedón quería verla, la llevó a un bosque cercano y allí la violó. Las dos hermanas, para vengarse, cocinaron al único hijo de Politecno, llamado Itis, y se lo sirvieron para comer. Al darse cuenta de lo que había pasado, Politecno persiguió a las infanticidas hasta la casa de su padre, donde se habían escondido.

Sin embargo, los criados de Pandáreo consiguieron atar a Politecno en mitad del campo y lo untaron de miel para que fuera devorado por los insectos. Aedón, por compasión, acudió a socorrerle, ante lo cual sus padres y su hermano querían matarla, pero Zeus, conmovido por las desgracias de esta familia, los convirtió en aves: Aedón en ruiseñor, Quelidón en golondrina, el hermano de ambas en abubilla, Politecno en pájaro carpintero, Pandáreo en águila marina y la esposa de Pandáreo en alción.

Afrodita (en griego antiguo, φροδίτη) es, en la mitología griega, la diosa de la belleza, elamor, el deseo y la reproducción. Aunque a menudo se alude a ella en la cultura moderna como «la diosa del amor», es importante señalar que normalmente no era el amor en el sentido cristiano o romántico.

Citera, (En griego Kythera, en latín Cythera, en italiano Cèrigo), también conocida como Citerea, es una isla griega en las Islas Jónicas, en la prefectura del Ática y al sudoeste del Peloponeso. La extensión de la isla es de 284 Km² (30 km de larga por 15 de ancho) y cuenta con una población de 3.398 habitantes según el censo de 2001. En la época del rococó se creó una imagen de Citerea como lugar de libertinaje. Como reflejo de ello el pintor Watteau pintóPeregrinación a la isla de Citera (1717) y Embarque a Citera (1718).

También es uno de los nombres de la diosa Afrodita en la mitología griega.

Su nombre se atribuye a Citeros, el hijo de Fénix, y también se la ha llamado Porfirs o Porfirusa.

Fue centro del culto a Afrodita, que la mitología hace nacer en la isla llevada por las olas. La isla produce vino y miel.

Erinias (en griego antiguo Έρινύες Erinúes, de etimología desconocida) son personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. También se las llamaba  Euménides (en griego antiguo Εύμενίδες, ‘benévolas’), antífrasis utilizada para evitar su ira cuando se pronunciaba su verdadero nombre. Según la tradición, este nombre se habría empleado por primera vez tras la absolución de Orestespor el Areópago (descrita más adelante), y más tarde se usó para aludir al lado benigno de las Erinias.

Cilenio. o Atlantiades o Hermes  En la mitología griega Hermes (en griego antiguo Έρμς) es el dios olímpicomensajero, de las fronteras y los viajeros que las cruzan, de los pastores, de los oradores, el ingenio y del comercio en general, de la astucia de los ladrones y los mentirosos.

Eos (en griego antiguo ώς Êós o Έως Eos, ‘aurora’) era la diosa titánide1 de la aurora, que salía de su hogar al borde del océano que rodeaba el mundo para anunciar a su hermano Helios, el Sol.

Se cree que la adoración griega de la aurora como diosa fue heredada de la época indoeuropea. El nombre «Eos» es un cognado del latín Aurora y delsánscrito védico Ushas.

Rey Afidanto, hijo de Polipemón Polipemón, hermano  de Sinis, quien tortura a sus víctimas hospedándoles amablemente, primero; y después les estira hasta despedazarles ...

 Lotófagos (en griego: λωτοφάγοι «los que comen loto») eran un pueblo del nordeste de África, de una isla que tal vez fuera la llamada Yerba. La planta dominante de la isla era el loto, y los habitantes del lugar se alimentaban con su fruto. Durante el regreso de Troya, las naves de Odiseo y sus hombres fueron desviadas por el viento, que las llevó hasta la tierra de los lotófagos. Éstos ofrecieron loto a algunos de los recién llegados, que se aficionaron a él y olvidaron su patria. Finalmente, Odiseo consiguió que los nuevos comedores de loto regresaran a las naves para seguir rumbo a Ítaca.

Circe: Maga que habita la isla de Eea. Tiene grandes poderes para transformar a las personas en animales.

Eumeo es un personaje de la Odiseapoema épico griego de Homero. Aparece a partir del Canto XIV (Conversación de Odiseo con Eumeo).  Es porquero y sirviente en Ítaca, y fiel a su señor. Proviene de la isla de Siria, y es hijo del rey Ctesio Ormémida. De pequeño fue secuestrado por una esclava y unos marinos comerciantes, y poco tiempo después sería vendido en Ítaca.

Se convierte en un personaje esencial en el regreso de Odiseo, al que acoge cuando llega vestido de mendigo; después le ayudará a matar a los pretendientes de Penélope.

Eurínome, Una sirvienta de Odiseo que deseaba la muerte de los pretendientes de Penélope.

Euriclea (Ευρύκλειαnodriza  , es un personaje de la Odisea de Homero. Hija de pisenoida, Euriclea fue la nodriza de Telémaco como había sido de Odiseo, y reconoce a este último en su vuelta a Ítaca. Ella pretende contárselo a Penélope, pero el recién llegado la manda callar para no ser descubierto por los pretendientes de su esposa.

Melantio, e1 cabrero de la residencia de Penelope criado de confianza

Filetio boyero , otro criado de confianza,

Polidamante (Πολυδάμας, -αντος) En la mitología griega,  es un personaje de la guerra de Troya. Aparece en la obra literaria la Ilíada, de Homero. Hijo de Pántoo, sacerdote de Apolo, y de Fróntide, y hermano de Euforbo e Hiperenor, nació la misma noche que Héctor. Es un guerrero y augur troyano que aconseja a sus conciudadanos, aunque éstos no siempre hacen caso de sus sabias recomendaciones. 

Caribdis (en griego antiguo Χάριβδις Járibdis, ‘succionador’) es un horrible monstruo marino, hija de Poseidón y Gea, que tragaba enormes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas veces, adoptando así la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance.

Habitaba junto a Escila, otro monstruo marino, en un estrecho paso marítimo. Los dos lados del estrecho estaban al alcance de una flecha, tan cercanos que los marineros que intentaban evitar a Caribdis pasaban demasiado cerca de Escila y viceversa. La expresión «entre Escila y Caribdis» ha llegado a significar estar entre dos peligros de forma que alejarse de uno hace que se caiga en el otro.

Orsíloco u Ortíloco era un hijo del dios-río Alfeo y Telégone, hermano de Fegeo y Melantea y padre de Diocles, el que dio hospitalidad a Telémaco cuando éste acudió a la ciudad de Feras.

Autólico fue hijo de Hermes y de Quíone, hermano (y aun dicen que gemelo) de Filamón, padre de Anticlea y Polimede, y abuelo de Odiseo (también conocido como Ulises) y Jasón.

Euritión, un centauro, se  afirma que fue muerto o mutilado por Teseo en las bodas de éste último, con lo que empezó la guerra entre centauros y lápitas. y aquél fue el primero que encontró el mal para sí mismo por haberse cargado de vino.[2]


 Apendice II
Vocabulario

Megaron En la Odisea se hace referencia al «sombrío mégaron»1 del Palacio de Odiseo Leatrída. Es en ese lugar donde se reúnen los pretendientes de Penélope y a donde llega Odiseo haciéndose pasar por un forastero ante todos, para consumar su venganza. Este lugar, sin duda, formaba una parte muy importante de la vida en el palacio. Homero menciona también el megaron del palacio de la hechicera Circe, y el del palacio del “héroe Alcínoo”. 

Tronera o   porta,  cualquiera de las ventanas o aberturas cuadradas o cuadrilongas que se hacen en los costados

País de los cefalenios , uno de los pueblos de los que era caudillo Odiseo

Presagio es un fenómeno que se cree que sirve para adivinar el futuro, y que a menudo hacen referencia al advenimiento de un cambio. También son llamados augurios, como los realizados por los augures en la Antigua Roma.

La interpretación de presagios y de signos proféticos es una forma de adivinación. Los presagios pueden considerarse buenos o malos dependiendo de su interpretación. Se puede interpretar de forma diferente un mismo signo según la persona o la cultura que lo esté haciendo.

Crónidas categoria de los  hijos de Crono y Rea., como en el caso del centauro Quiron o por parte de Rea :  Deméter ,   Hades , HeraHestia, Poseidón  y  Zeus

Lebreles :  conjunto de razas de perros cuya constitución física les hace estar muy bien dotados para la carrera (carrera de galgos), en la que pueden alcanzar una gran velocidad. En su mayoría son más altos que largos, tienen la cabeza larga y estrecha, las orejas en rosa o semierectas y poseen un gran sentido de la vista, al contrario que la mayoría de las razas de perros. Se suelen utilizar para la caza mayor en jaurías y para la caza delconejo y la liebre. En la última década se han ido introduciendo como animales de compañía, sobre todo en Europa.

Sardónica. (RAE)  f. Med. Convulsión y contracción de los músculos de la cara, de que resulta un gesto como cuando uno se ríe. 2. f. risa afectada y que no nace de foma sincera  

Carcaj (arma): funda para las flechas

Saeta : Una flecha es un proyectil que se dispara con un arco. Está compuesta por una punta (de tiro sobre diana o caza), un astil y un emplumado que normalmente es de tres plumas. Tambien se usa en la Odisea como   sinonimo de velocidad

Pireo, isla de las cercanias de Attica , base de la flota ateniense

Tindáreo o Tíndaro, en la mitología griega, fue rey de Esparta. ,  suegro de Menelao , padre de Cástor y Clitemnestra

Ifito y el arco de Ulises
Éurito, padre de Ífito, había recibido como regalo el arco de Apolo. Ífito hereda el arco y las flechas de Apolo de su padre. Según la Odisea, se encuentra en Mesene con Ulises en casa de Orsíloco, hijo de Diocles de Feras. Ífito, como gesto de hospitalidad, le regala a Ulises el arco y, a cambio, recibe una espada y una lanza. El arco que le regala Ífito es el que, más tarde, usará Ulises para matar a todos los pretendientes de Penélope a su vuelta.














APENDICE III

Algunos aspectos interesantes

Ciclopia
 Existe una enfermedad  llamada Ciclopia o  enfermedad de Una sola cuenca :  los hijos de los consumidores de ciertas drogas usadas  en antigua Grecia, provocaba una modificacion en el ADN  y  en lugar de tener , los dos ojos , los niños nacian  con un solo ojo,  Pero la mayor parte de los niños moriana  antes del primer año de vida

Sucesos posteriores a lo narrado en la Odisea
Tras lo narrado en la Odisea, en el último de los poemas del ciclo troyano, la Telegonía cuenta el viaje de Odiseo al país de los tesprotos donde acaba casado con la reina Calídice. Pero al morir Calídice, regresó a Ítaca, donde Penélope había dado a luz a Poliportes.

Posteriormente Telégono, hijo de Circe y Odiseo, llegó a Ítaca en busca de su padre y mató por error a Odiseo, su padre, pero, tras reconocerlo, se lamentó de lo ocurrido y llevó al cadáver a Penélope junto a Circe. Finalmente Telégono se casa con Penélope, su madrastra y Telémaco con la diosa Circe, madre de su hermanastro.

En otras versiones posteriores, se cuenta que Penélope habría sido seducida por alguno de los pretendientes, y Odiseo habría por ello devuelto a Penélope con su padre o incluso la habría matado. En otras versiones, habría sido desterrado por Neoptólemo, el hijo de Aquiles a Etolia, donde moriría a edad avanzada.

Telegonía
Telegonía (Τηλεγόνεια) es un poema perdido del ciclo troyano. Ha sido atribuido a Eugamón de Cirene y datado en el siglo VI a. C.Se cree que una de las fuentes principales con las que se compuso este poema es una obra anterior, también perdida, tituladaTesprócida. El argumento de la obra es conocido gracias al resumen que sobre ella realizó Proclo en su Crestomatía. También Apolodoro incluyó un resumen que podría estar inspirado en esta obra perdida.

La obra narraba lo sucedido después de la muerte de los pretendientes de PenélopeOdiseo realizó un viaje a Élide. Posteriormente celebró los sacrificios que Tiresias había indicado en el canto XI de la Odisea.

Tras ello, partió en otro viaje hacia Tesprócida, donde se casó con la reinaCalídica. Allí Odiseo participó en una guerra entre los tesprotos y los brigos, en la que también intervinieron variosdioses olímpicos.

Tras la muerte de Calídica, Polípetes, hijo de Odiseo, heredó el reino y éste regresó a Ítaca

Telégono, el hijo que Odiseo había tenido con Circe o con Calipso, viajó a Ítaca en busca de su padre y saqueó la isla. Odiseo luchó contra él y murió. Telégono se dio cuenta del error que había cometido y condujo el cuerpo de su padre, junto con Telémaco y Penélope, a presencia de su madre. Finalmente, Telégono se casó con Penélope; y Telémaco, con Circe.

La Ilíada y la Odisea han influido poderosamente en la cultura occidental.
Algunos pasajes de la historia se han incorporado al folclore popular, y numerosos autores han incorporado a Ulises / Odiseo en obras literarias, de teatro, historieta, cine y televisión.

En el Áyax de Sófocles, se narra cómo, a la muerte de Aquiles, Odiseo hereda sus armas. En la disputa por tan preciado trofeo prevalece por sobre Ayax Telamonio, principal guerrero de los griegos mientras Aquiles estuvo fuera de la batalla. Esto no sólo simboliza la importancia del personaje, sino el cambio del paradigma de héroe y, por lo tanto, de los valores. El héroe principal ya no es el guerrero más valiente y esforzado, quien más se destaca en la batalla, sino el más inteligente, quien es capaz de obtener mayores resultados con menores sacrificios.

La comedia de Pedro Calderón de la Barca El mayor encanto, amor (también aparece como El mayor hechizo, amor) se centra en las peripecias de Ulises y su tripulación en la isla de la maga Circe.

En La Divina Comedia Odiseo y Diomedes comparten un flamígero castigo en el octavo saco donde son castigados por haber profesado astutos y fraudulentos consejos sin reparar en equidad alguna. Y, sobre todo, porque no permaneció en Ítaca sino que se hizo de nuevo a la mar, franqueando incluso las columnas de Hércules, hasta que una inmensa ola los hunde. Es una prueba más del poco aprecio de la Edad Media por Ulises.

Sólo en el Renacimiento se conocerá la Odisea en el texto original griego y comenzará un redescubrimiento de Ulises. Una muestra de ello se encuentra en el hecho de que en Os Lusíadas de Luís de Camões se atribuye a Ulises la fundación de Lisboa.

James Joyce dio el nombre latino de Odiseo a su Ulises, donde retrata a lo largo de un día completo de veinticuatro horas la vida del Dublín de 1904, pero la conexión con la epopeya de Homero en esta difícil novela irlandesa es todavía hoy inextricable y sujeta sólo a conjeturas, puesto que aparentemente no hay ninguna conexión argumental o de planteamiento entre ambas obras, más allá de la coincidencia de nombres y del hecho de que ambas tienen como tema central los sucesos del protagonista.

El italiano Giovanni Pascoli incluye en una de sus obras un largo poema titulado L'ultimo viaggio, en que se ve a Ulises volviendo a hacerse a la mar hasta morir.
Por otro lado, el griego Constantino Cavafis escribe un importante poema, Ítaca, en que —dirigiéndose al lector— explica que no espere nada de Ítaca a su vuelta: el propio viaje será lo más interesante.

Ya en 1905Georges Méliès realizó la que probablemente es la primera de muchas películas de cine sobre Odiseo:L'Île de Calypso: Ulysse et le géant Polyphème.

En 1954 se realiza Ulisse (The Loves and Adventures of Ulysses), una superproducción italoamericana dirigida por Mario Camerini, con la interpretación de Kirk Douglas como Ulises, Anthony Quinn y Silvana Magnano. Considerada una de las mejores adaptaciones de la obra y una de las primeras superproducciones del cine europeo.

La novela de 1961 Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos retoma las peripecias de un Odiseo moderno contadas en un estilo narrativo muy inspirado en el Ulises de James Joyce.
En 1981 se realizó la serie franco-japonesa de dibujos animados para televisión Ulises 31, que combinaba personajes y argumentos inspirados en la Odisea con elementos de viajes espaciales de ciencia ficción.

O Brother, Where Art Thou? es una película de comedia-aventura realizada por los hermanos Coen. Lanzada en el año 2000, la acción se sitúa en Mississippi en 1937, durante la Gran Depresión. El film es una adaptación libre de la Odisea de Homero, como se menciona en los créditos de inicio.

En 2004 se retrató a Odiseo en el film de Wolfgang Petersen, Troya. La película basada en la Ilíada de Homerorelata la Guerra de Troya y también incluye material de la Eneida, de la Odisea y de Virgilio. El papel fue interpretado por el británico Sean Bean.


La cantidad de pretendientes de Penélope es de 108 , pue podemos leer …

…“Eres la sabia y hermosa Penélope, hija de Icario de Esparta, prima de Helena .a quien pretendian  más de 100 Pretendientes (108 en realidad) y  han estado importunándote”…
APENDICE IV

Capitulos en estudio

CANTO XX

LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES
Entonces el divino Odiseo comenzó a acostarse en el ves­tíbulo; extendió la piel no curtida de un buey y sobre ella muchas pieles de ovejas que habían sacrificado los aqueos, y Eurínome echó sobre él un manto cuando se hubo acostado.
Y mientras Odiseo yacía allí desvelado, meditando males en su interior contra los pretendientes, salieron del palacio riendo y chanceando unas con otras las mujeres que solían acostarse con éstos. El ánimo de Odiseo se conmovía dentro del pecho y lo meditaba en su mente y en su corazón si se lanzaría detrás y causaría la muerte a cada una, o si todavía las iba a dejar unirse por última y postrera vez con los orgullosos pretendientes. Y su corazón le ladraba dentro. Como la perra que camina al­rededor de sus tiernos cachorrillos ladra a un hombre y se lan­za a luchar con él si no lo conoce, así también le ladraba den­tro el corazón indignado por las malas acciones. Y se golpeó el pecho y reprendió a su corazón con estas razones:
«¡Aguanta, corazón!, que ya en otra ocasión tuviste que so­portar algo más desvergonzado, el día en que el Cíclope de fu­ria incontenible comía a mis valerosos compañeros. Tú lo soportaste hasta que, cuandó creías morir, la astucia te sacó de la cueva.»
Así dijo increpando a su corazón y éste se mantuvo sufri­dor, pero él se revolvía aquí y allá. Como cuando un hombre revuelve sobre abundante fuego un vientre lleno de grasa y sangre[SC1] , pues desea que se ase deprisa, así se revolvía él a uno y otro lado, meditando cómo pondría las manos sobre los desvergonzados pretendientes, siendo él solo contra muchos. Entonces Atenea bajó del cielo y se llegó a su lado ‑seme­jante en su cuerpo a una mujer‑ y colocándose sobre su cabe­za le dijo esta palabra:
«¿Por qué estás desvelado todavía, desdichado, más que nin­gún mortal? Esta es tu casa y tu mujer está en ella y tu hijo es como cualquiera desearía que fuese su hijo.»
Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:
«Sí, diosa, todo eso lo dices con razón, pero lo que medita mi espíritu dentro del pecho es cómo pondría mis manos sobre los desvergonzados pretendientes solo como estoy, mientras que ellos están siempre dentro en grupo. También medito esto dentro del pecho, lo más importante: si lograra matarlos por la voluntad de Zeus y de ti misma, ¿a dónde podría refugiarme? Esto es lo que te invito a considerar.»
Y a su vez le dijo la diosa de ojos brillantes, Atenea:
«Desdichado, cualquiera suele seguir el consejo de un com­pañero peor, aunque éste sea mortal y no conciba muchas ideas, pero yo soy una diosa, la que constantemente te protege en tus dificultades. Te voy a hablar claramente: aunque nos ro­dearan cincuenta compañías de hombres de voz articulada, de­seosos de matar por causa de Ares, incluso a éstos podrías arrebatarles los bueyes y las pingües ovejas. Conque procura coger el sueño; es locura mantenerse en vela y vigilar durante toda la noche cuando ya vas a salir de tus desgracias.» ,
Así diciendo, le vertió sueño sobre los párpados y se volvió al Olimpo la divina entre las diosas.
Cuando ya comenzaba a vencerlo el sueño, el que desata las preocupaciones del espíritu y afloja los miembros, despertó su fiel esposa y rompió a llorar sentada en el blando lecho. Y lue­go que se hubo saciado de llorar la divina entre las mujeres, su­plicó en primer lugar a Artemis:

«Artemis, diosa soberana hija de Zeus, ¡ojalá me quitaras la vida ahora mismo arrojando a mi pecho una flecha, o que me arrebatara un huracán y me llevara sobre los brumosos cami­nos arrojándome en la desembocadura del refluente Océano ‑como cuando los huracanes se llevaron a las hijas de Pandá­reo[SC2] !. Los dioses aniquilaron a sus padres y ellas quedaron huérfanas en el palacio, pero la divina Afrodita las alimentó con queso y dulce miel y con delicioso vino; Hera les otorgó una belleza y prudencia superior a todas las mujeres; la casta Artemis les concedió gran estatura, y Atenea les enseñó a rea­lizar labores brillantes. Un día que Afrodita había subido al elevado Olimpo a fin de pedir para ellas el cumplimiento de un floreciente matrimonio a Zeus, que goza con el rayo (pues éste conoce todo, tanto la suerte como el infortunio de los mortales hombres), las Harpías arrebataron a las doncellas y se las en­tregaron a las odiosas Erinias para que fueran sus criadas. ¡Así me mataran los que poseen mansiones en el Olimpo, o me alcanzara con sus flechas Artemis, de lindas trenzas, para hundirme en la odiosa tierra y ver a Odiseo y no tener que satisfa­cer los designios de un hombre inferior a él! Que la desgracia es soportable cuando uno pasa los días llorando, acongojado en su corazón, si por la noche se apodera de él el sueño (pues éste hace olvidar lo bueno y lo malo cuando cubre los párpa­dos), pero a mí la divinidad incluso me envía malos sueños, pues esta noche ha vuelto a dormir a mi lado un hombre igual a como era Odiseo cuando marchó con el ejército. Con que mi corazón se llenó de alegría, pues no creía que era un sueño, sino realidad.»
Así dijo, y enseguida llegó Eos, de trono de oro. Mientras aquélla lloraba, escuchó su voz el divino Odiseo y, meditando después, se le hacía que ella ya le había reconocido y puesto a su cabecera. Así que recogió el manto y las pieles en que se ha­bía acostado y las puso sobre una silla dentro del mégaron, pero la piel de buey se la llevó afuera. Y suplicó a Zeus, levan­tando sus manos:

«Zeus padre, si por vuestra voluntad me habéis traído a mi patria sobre lo seco y lo húmedo, después de llenarme de ma­les en exceso, que cualquiera de los hombres que se despiertan dentro muestre un presagio, y que fuera se muestre otro prodi­gio de Zeus.»
Así dijo suplicando y le escuchó Zeus, el que ve a lo ancho. Al punto tronó desde el resplandeciente Olimpo, desde lo alto de las nubes, y se alegró el divino Odiseo. El presagio lo envió una molinera desde la casa, cerca de donde el pastor de su pue­blo tenía las muelas en las que se afanaban doce mujeres en to­tal, fabricando harina de cebada y trigo, médula de los hom­bres. Las demás mujeres dormían ya, una vez que hubieron molido su trigo pero esta, que era la más débil, todavía no ha­bía terminado. Entonces se puso en pie y dijo su palabra, señal para su amo:
«Zeus padre, que reinas sobre dioses y hombres, has tronado fuertemente desde el cielo estrellado ‑y en ninguna parte hay nubes‑. Como señal, sin duda, se lo muestras a alguien. Cúm­pleme ahora también a mí, desdichada, la palabra que voy a decirte: que los pretendientes tomen su agradable comida hoy por última y postrera vez en el palacio de Odiseo. Ellos son quienes con el cansado trabajo han hecho flaquear mis rodillas mientras fabricaba harina; que cenen ahora por última vez.»
Así dijo, y se alegró con el presagio[SC3]  el divino Odiseo y con el trueno de Zeus, pues pensaba que castigaría a los culpables.
Entonces se congregaron las esclavas en el hermoso palacio de Odiseo y encendían en el hogar el infatigable fuego. Telé­maco se levantó del lecho, mortal igual a un dios, después de vestir sus vestidos, se echó a los hombros la aguda espada, ató a sus relucientes pies hermosas sandalias y, asiendo la fuerte lanza de punta de bronce, se puso sobre el umbral y dijo a Eu­riclea:
«Tata, ¿habéis honrado al huésped con lecho y comida, o yace descuidado?; pues así es mi madre, aun siendo prudente: honra inconsideradamente al peor de los hombres de voz arti­culada y, en cambio, al mejor lo despide sin haberlo honrado.»

Y a su vez le dijo la prudente Euriclea:
«Hijo, no vayas ahora a culpar a la inocente, pues mientras él quiso bebió vino y de comida aseguró que ya no le apetecía más, que ella se lo preguntaba. Cuando, finalmente, se acordó del lecho y del sueño, tu madre ordenó a las esclavas preparár­selo, pero él no quiso dormir en lecho y colchas, sino en el vestíbulo sobre una piel no curtida de buey y pieles de ovejas, como alguien completamente mísero y desventurado. Y noso­tras le cubrimos con un manto.»
Así dijo; Telémaco salió del mégaron sosteniendo la lanza ‑a su lado marchaban dos veloces lebreles[SC4] ‑, y echó a ca­minar hacia el ágora junto a los aqueos de hermosas grebas.
Entonces la divina entre las mujeres, Euriclea, hija de Ope Pisenórida, comenzó a dar órdenes a las mujeres:
«Vamos, unas barred diligentes y regad el palacio, y colocad en las labradas sillas tapetes purpúreos; otras fregad con es­ponjas todas las mesas y limpiad las cráteras y las labradas co­pas de doble asa; y otras marchad por agua a la fuente y volved enseguida con ella, pues los pretendientes no estarán mucho tiempo lejos del palacio, sino que volverán temprano, que hoy es para todos día de fiesta[SC5] ».
Así dijo, y ellas la escucharon y obedecieron. Unas veinte marcharon hacia la fuente de aguas profundas y otras trabaja­ban habilidosamente allí mismo, en la casa.
En esto entraron los nobles sirvientes, quienes luego corta­ron leña bien y con habilidad. Las mujeres volvieron de la fuente y detrás llegó el porquero conduciendo tres cerdos ‑los mejores entre todos‑; los dejó paciendo en el hermoso cercado y se dirigió a Odiseo con dulces palabras:
«Forastero ¿te ven mejor los aqueos ahora, o te siguen ul­trajando en el palacio, como antes?»

Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:
«¡Ojalá, Eumeo, castigaran ya los dioses el ultraje que éstos infieren con insolencia ejecutando acciones inicuas en casa extraña y sin tener ni parte de vergüenza!»
Esto es lo que se decían uno a otro cuando se les acertó Melantio, e1 cabrero, conduciendo junto con dos pastores las cabras que sobresalían entre todo el rebaño para festín de los pretendientes; las ató bajo el sonoro pórtico y se dirigió a Odi­seo con mordaces palabras:
«Forastero, ¿vas a seguir importunando en el palacio pidien­do limosna a los hombres?; ¿es que no vas a salir fuera? Creo que no nos vamos a separar sin que pruebes mis brazos, pues tú no pides como se debe. También hay otros convites entre los aqueos.»
Así dijo, péro a éste no le contestó el muy astuto Odiseo, sino que movió la cabeza en silencio, meditando males. Des­pués de éstos llegó tercero Filetio el caudillo de hombres, lle­vando una vaca no paridera y pingues cabras para los preten­dientes (los habían pasado los barqueros, quienes también transportan a los demás hombres, a cualquiera que les llegue): las ató bajo el sonoro pórtico e interrogaba al porquero po­niéndose a su lado:
«Porquero, ¿quién es este forastero recién llegado a nuestra casa?, ¿de qué hombres se precia de ser?, ¿dónde están su fami­lia y su tierra patria? ¡Infeliz!, desde luego parece por su cuerpo un rey soberano. En verdad los dioses abruman con desgracia a los hombres que vagan mucho, cuando incluso a los reyes otorgan infortunio.»
Así dijo y poniéndose a su lado le saludó con la diestra y, hablándole, dijo aladas palabras:
«Bienvenido, padre huésped, ¡ojalá tengas felicidad en el fu­turo, que lo que es ahora estás sujeto por numerosos males! Padre Zeus, ningún otro de los dioses es más cruel que tú; una vez que crea a los hombres no los compadece de que caigan en el infortunio y los tristes dolores. ¡Cosa singular!, según lo vi los ojos me lloraban, pues me acordé de Odiseo; que tam­bién aquél, creo yo, vaga entre los hombres con tales andrajos, si es que de alguna manera vive aún y ve la luz del sol. Porque si ya está muerto y en las mansiones de Hades... ¡ay de mí, irreprochable Odiseo, el que me puso al frente de las vacas, siendo niño aún en el país de los cefalenios! Ahora éstas son innumerables; de ninguna manera le podría crecer más a un hombre la raza de vacunos de anchas frentes. Pero otros me ordenan traerlas para comérselas ellos y no se cuidan de su hijo en el palacio ni temen la venganza de los dioses, pues de­sean ya repartirse las posesiones del señor, largo tiempo ausen­te. Y mi corazón revuelve esto dentro del pecho: es cosa mala marchar mientras vive su hijo al pueblo de otros, emigrando con estas vacas hacia hombres de un país extraño, pero toda­vía lo es más quedarme aquí guardando las vacas para otros y soportar tristezas. Hace tiempo me habría marchado huyendo junto a otros reyes poderosos, pues esto ya es insoportable, pero aún espero que ese desdichado vuelva de algún sitio y haga dispersarse a los pretendientes en el palacio.»
Y le respondió y dijo el muy astuto Odiseo:
«Boyero, puesto que no pareces cobarde ni insensato ‑sé bien que la prudencia te ha llegado a la mente‑, te diré y jura­ré un gran juramento: ¡sea testigo Zeus antes que los demás dioses y la hospítalaria mesa y el Hogar de Odiseo al que he llegado!; mientras estés tú mismo aquí dentro, vendrá a casa Odiseo y con tus ojos podrás ver muertos, si quieres, a los pre­tendientes que aquí mandan.»
Y el boyero le dijo:
«Forastero, ¡ojalá el Cronida cumpliera de verdad esta tu pa­labra! Conocerías entonces cuál es mi fuerza y qué brazos me acompañan.»
También Eumeo suplicaba a todos los dioses que el pruden­te Odiseo volviera a casa. Y esto es lo que se decían uno al otro.
Entre tanto los pretendientes preparaban la muerte contra Telémaco[SC6] . Se les acercó por el lado izquierdo un pájaro, el águila que vuela alto, reteniendo a una temblorosa paloma, y Anfínomo comenzó a hablar entre ellos y dijo:
«Amigos, no nos saldrá bien la decisión de dar muerte a Te­lémaco, conque pensemos en la comida.»

Así dijo Anfínomo y a ellos les agradó su palabra. Entraron en el palacio del divino Odiseo, pusieron sus mantos sobre si­Ilas y sillones y comenzaron a sacrificar grandes ovejas y pin­gües cabras, así como gordos cerdos y una vaca del rebaño. Luego asaron las entrañas, las repartieron, mezclaron el vino en las cráteras y el porquero distribuía las copas; Filetio, caudi­Ilo de hombres, les distribuía el pan en hermosos canastos y Melantio vertía el vino. Y ellos echaron mano de los alimentos que tenían delante.
Telémaco, pensando astutamente, hizo sentar a Odiseo den­tro del bien construido palacio, junto al umbral de piedra, le puso una pobre silla y una mesa pequeña y le colocaba parte de las asaduras y le vertía vino en copa de oro. Y le dijo estas palabras:
«Siéntate aquí con los hombres y bebe vino; yo mismo te li­braré de las injurias y de las manos de todos los pretendientes, pues esta casa no es del pueblo[SC7] , sino de Odiseo, y la adqui­rió para mí. En cuanto a vosotros, pretendientes, contened vuestras manos para que nadie suscite disputa ni altercado.»
Así habló; todos ellos clavaron los dientes en sus labios y admiraban a Telémaco, porque había hablado audazmente. Y entre ellos habló Antínoo, hijo de Eupites:
«Por más dura que sea, aceptemos, aqueos, la palabra de Te­lémaco quien mucho nos ha amenazado. No lo quiso Zeus Cronida, si no ya le habríamos parado los pies en el palacio, aunque sea sonoro hablador.»
Así dijo Anfínomo, pero Telémaco no hizo caso de sus pala­bras.
Los heraldos iban conduciendo a través de la ciudad la sa­grada hecatombe de los dioses, mientras los melenudos aqueos se congregaban bajo el sombrío bosque de Apolo, el que hiere de lejos. Y después que hubieron asado la carne de las partes externas, las retiraron, repartieron y celebraban un gran ban­quete. Y los que servían pusieron junto a Odiseo una porción igual a las que había tocado en suerte a ellos; así lo había orde­nado Telémaco, el hijo del divino Odiseo.
Y Atenea no dejaba que los arrogantes pretendientes contu­vieran del todo los escarnios que laceran el corazón, para que el dolor se hundiera todavía más en el ánimo de Odiseo Laer­tíada. Había entre los pretendientes un hombre de pensamien­tos impíos. Ctesipo era su nombre y en Same habitaba su casa. Éste pretendía a la esposa de Odiseo, largo tiempo ausente, confiado en sus muchas posesiones. Y decía entonces a los so­berbios pretendientes:
«Escuchadme, ilustres pretendientes, lo que voy a deciros. El forastero tiene una parte igual, como es razonable, pues no es decoroso ni justo privar del festín a los huéspedes de Telé­maco, cualquiera que llegue a este palacio. Pero también yo voy a darle un regalo de hospitalidad para que él mismo se lo entregue al bañero o a otro de los esclavos que habitan el pala­cio del divino Odiseo.»
Así diciendo, cogió de una bandeja una pata de buey y se la arrojó con robusta mano. Odiseo inclinó la cabeza ligeramen­te, la esquivó y sonrió en su ánimo con sonrisa sardónica[SC8] . La pata dio en el bien construido muro y Telémaco reprendió a Ctesipo con su palabra:
«Ctesipo, lo mejor para tu vida ha sido no alcanzar al foras­tero, pues él ha evitado el golpe; en caso contrario, yo te ha­bría alcanzado de lleno con la agúda lanza, y en vez de boda, tu padre se habría cuidado de tu funeral. Por esto, que ningu­no muestre sus insolencias en mi casa, pues ya comprendo y sé cada cosa, las buenas y las malas. Hace poco aún era niño y to­leraba, aun viéndolo, el degüello de ovejas así como el vino que se bebía y la comida, pues es difícil que uno solo contenga a muchos. Conque, vamos, no me causéis ya más daños como si fuerais enemigos, aunque si me queréis matar con el bronce, sería mejor morir que ver continuamente estas obras inicuas: a los huéspedes maltratados y a las esclavas indignamente forza­das en mi hermoso palacio.»

Así dijo y todos ellos enmudecieron en el silencio. Y más tarde dijo Agelao Damastórida:.
«Amigos. ninguno vaya a irritarse contestando con razones contrarias a lo dicho con justicia. No maltratéis al forastero ni a ningún otro de los esclavos que hay en la casa de Odiseo, aunque yo diría una palabra dulce a Telémaco y a su madre, si ésta fuera agradable a su corazón: mientras vuestro ánimo confiaba en que regresaría a casa el prudente Odiseo, no os in­dignabais porque permanecieran los pretendientes ni por retenerlos en la casa; incluso habría sido lo mejor si Odiseo hubie­se regresado a casa. Pero ya es evidente que no ha de volver de ningún modo; conque, vamos, siéntate junto a tu madre y dile que case con quien sea el mejor y le entregue más cosas, para que tú sigas poseyendo con alegría todo lo de tu padre, co­miendo y bebiendo, y ella cuide la casa de otro.»
Y le contestó Telémaco discretamente:
«¡No, por Zeus, Agelao, y por las tristezas de mi padre quien puede que haya muerto o ande errante lejos de Itaca! De ninguna manera trato de retrasar el casamiento de mi madre; por el contrario, la exhorto a casarse con el que quiera e inclu­so le doy regalos innumerables. Pero me avergüenzo de arro­jarla del palacio contra su voluntad, con palabra forzosa. ¡No permita la divinidad que esto suceda!»
Así dijo Telémaco, y Palas Atenea levantó una risa inextin­guible entre los pretendientes y les trastornó la razón. Reían con mandíbulás ajenas y comían carne sanguinolenta; sus ojos se llenaban de lágrimas y su ánimo presagiaba el llanto. En­tonces les habló Teoclímeno[SC9] , semejante a un dios:

   «¡Ah, desdichados!, ¿qué mal es éste que padecéis? En noche están envueltas vuestras cabezas y rostros y de vuestras rodi­llas abajo. Se enciende el gemido y vuestras mejillas están lle­nas de lágrimas. Con sangre están rociados los muros y los hermosos intercolumnios y de fantasmas lleno el vestíbulo y lleno está el patio de los que marchan a Erebo bajo la oscuridad. El sol ha desaparecido del cielo y se ha extendido funesta niebla.»
Así dijo, y todos se rieron de él dulcemente. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a hablar entre ellos:
«Está loco el forastero recién llegado de tierra extraña. Va­mos, jóvenes, llevadlo rápidamente fuera de la casa; que mar­che al ágora, ya que piensa que aquí es de noche.»
Y le contestó Teoclímeno, semejante a un dios:
«Eurímaco, no to he pedido que me des acompañamiento, que tengo ojos, oídos y ambos pies y una razón bien construida en mi pecho, en absoluto incongruente. Con éstos me voy afuera, pues veo claro que la destrucción se os acerca, de la que no va a poder huir ninguno de los pretendientes, los que en la casa de Odiseo, semejante a un dios, insultáis a los hom­bres y ejecutáis acciones inicuas.»
Así diciendo salió del palacio, agradable vivienda, y marchó a casa de Pireo, quien lo recibió benévolo. Y los pretendientes se miraban unos a otros e irritaban a Telémaco, burlándose de sus huéspedes. Así decía uno de los arrogantes jóvenes:
«Telémaco, nadie es más desafortunado con los huéspedes que tú. Tienes uno como ese mendigo vagabundo necesitado de comida y vino, en absoluto conocedor de hazañas ni de vigor, sino un peso muerto de la tierra, y ese otro que se levantó a vaticinar; si me hicieras caso, lo mejor sería que metiéramos a los forasteros en una nave de muchos bancos y los enviáramos a Sicilia, donde te darían un precio conveniente.»
Así dijeron los pretendientes, pero Telémaco no hacía caso de sus palabras, sino que miraba a su padre en silencio, aguar­dando siempre cuándo pondría las manos sobre los desvergon­zados pretendientes.
Y la hermosa hija de Icario, la prudence Penélope, poniendo su sillón enfrente escuchaba las palabras de cada uno de los hombres en el palacio. Así es como se prepararon, entre risas, un almuerzo dulce y agradable, pues habían sacrificado en abundancia. Pero ninguna otra cena podría ser más desgraciada como la que iban a prepararles más tarde la diosa y el fuerte hombre, pues ellos fueron los primeros en ejecutar acciones indignas.

CANTO XXI

EL CERTAMEN DEL ARCO

Entonces Atenea, la diosa de ojos brillantes, inspiró en la mente de la hija de Icario, la prudente Penélope, que dispusiera el arco y el ceniciento hierro en el palacio de Odiseo para los pretendientes, como competición y para co­mienzo de la matanza. Subió a la alta escalera de su casa y to­mando en su vigorosa[SC10]  mano una bien curvada llave, hermosa, de bronce y con mango de marfil, echó a andar con sus es­clavas hacia la última habitación donde se hallaban los objetos preciosos del señor ‑bronce, oro y labrado hierro. Allí estaba también el flexible arco y el carcaj de las flechas con muchos y dolorosos dardos que le había dado como regalo un huésped, Ifito Eurítida, semejante a los inmortales, cuando lo encontró en Lacedemonia. Se encontraron los dos en Mesenia, en casa del prudente Ortíloco. Odiseo había ido por una deuda que le debía todo el pueblo: en efecto, unos mesenios se le habían lle­vado de Itaca trescientas ovejas, con sus pastores, en naves de muchos bancos. A causa de éstas, Odiseo caminó mucho cami­no seguido, aunque era joven, pues le habían mandado su pa­dre y otros ancianos. Ifito, por su parte, buscaba unos anima­les que le habían desaparecido, doce yeguas y mulos pacientes en el trabajo. Éstas serían después muérte y destrucción para él, cuando llegó junto al hijo de Zeus de ánimo esforzado, jun­to al mortal Heracles concebidor de grandes empresas, quien, aun siendo su huésped, lo mató en su casa. ¡Desdichado!, no temió la venganza de los dioses ni respetó la mesa que le había puesto; y, después de matarlo, retuvo a las yeguas de fuertes pezuñas en el palacio. Cuando buscaba a éstas, se encontró con Odiseo y le dio el arco que usaba el gran Eurito y que había le­gado a su hijo al morir en su elevado palacio.

Odiseo, por su parte, le entregó aguda espada y fuerte lanza como inicio de una afectuosa amistad, pero no llegaron a sen­tarse uno a la mesa del otro, pues antes el hijo de Zeus mató a Ifito Eurítida, semejante a los inmortales, quien había dado el arco a Odiseo[SC11] . Éste lo llevaba en su patria, pero no lo tornó al marchar al combate sobre las negras naves, sino que estaba en el palacio como recuerdo de su huésped.
Cuando hubo llegado a la habitación la divina entre las mu­jeres y puso el pie sobre el umbral de roble (en otro tiempo lo había pulido sabiamente el artífice, había enderezado con la plomada y levantado las jambas colocando sobre ella las res­plandecientes puertas) desató la correa del tirador, introdujo la llave apuntando de frente y corrió los cerrojos de las puertas. Éstas resonarón como el toro que pace en la pradera[SC12]  ‑¡tanto resonó la hermosa puerta empujada por la llave!‑ y se le abrieron inmediatamente. Luego ascendió a la hermosa tarima donde estaban las arcas en que yacían los perfumados vestidos. Extendió el brazo, tomó del clavo el arco con su mis­ma funda, el cual resplandecía, y sentada con él sobre sus rodillas, rompió a llorar ruidosamente sin soltar el arco del rey. Luego que se hubo saciado del gemido de muchas lágrimas, echó a andar hacia el mégaron en busca de los ilustres preten­dientes con el flexible arco entre sus manos y la aljaba porta­dora de dardos con muchas y dolorosas saetas; y junto a ella las siervas llevaban un arcón en que había mucho hierro y bronce, ¡los trofeos de un soberano como él!

Cuando llegó a los pretendientes, se detuvo junto a una co­lumna del techo, sólidamente construido, sosteniendo un grue­so velo ante sus mejillas; y a uno y a otro lado de ella estaba en pie una fiel doncella.
Al punto se dirigió a los pretendientes y dijo:
«Escuchadme, ilustres pretendientes que hacéis uso de esta casa para comer y beber sin cesar un instante, la de un hombre que lleva ausente largo tiempo. Ningún otro pretexto podéis poner sino que estáis deseosos de casaros conmigo y tomarme por mujer. Conque, vamos, pretendientes, esto es lo que se os muestra como certamen: colocaré el gran arco del divino Odi­seo y aquel que lo tense más fácilmente y haga pasar el dardo por las doce hachas, a éste seguiré inmediatamente abando­nando esta casa querida, muy hermosa, llena de riqueza, de la que un día, creo, me acordaré incluso en sueños.»
Así dijo y ordenó a Eumeo, el divino porquero, que ofrecie­ra a los pretendientes el arco y el ceniciento hierro. Eumeo lo recibió llorando y lo puso en tierra; y al otro lado lloraba el boyero cuando vio el arco del soberano. Y Antínoo les incre­pó, les habló y llamó por su nombre:
«Necios campesinos, que sólo pensáis en las cosas del día; cobardes, ¿por qué derramáis lágrimas y conmovéis el ánimo de esta mujer? Dolorida está ya por otras razones, desde que perdió a su esposo. Conque, vamos, sentaos a comer en silen­cio o marchaos afuera a llorar y dejad ahí mismo el arco, certa­men inofensivo para los pretendientes. No creo que se tense fácilmente este bien pulido arco, pues no hay entre todos éstos un hombre como era Odiseo. Le vi ‑me acuerdo‑ siendo yo niño pequeño.»
Así dijo, y es que en su interior esperaba tensar el arco y ha­cer pasar la flecha por el hierro. Pero en verdad el irreprochable Odiseo, a quien entonces deshonraba en el palacio incitaba a sus compañeros‑, iba a darle a probar, antes que a nadie, el dardo despedido de sus manos.
Y entre ellos habló la sagrada fuerza de Telémaco:
«No, no me ha hecho muy prudente Zeus, el hijo de Crono; mi madre, prudente como es, me dice que va a seguir a otro dejando esta casa y yo me río y alegro con ánimo insensato. Conque apresuraos, pretendientes, que esta competición os la gane una mujer cual no hay ya en la tierra aquea ni en la sagra­da Pilos ni en Argos ni en Micenas ni en la misma Itaca ni en el oscuro continente. Pero también vosotros lo sabéis, ¿qué necesidad tengo de alabar a mi madre? Así que, vamos, no lo retraséis con pretextos ni esperéis más tiempo a tender el arco para que os veamos. También yo probaré este arco y, si logro tenderlo y traspasar el hierro con la flecha, no dejaría, para do­lor mío, esta casa mi venerable madre por seguir a otro, ni me quedaría yo atrás cuando soy capaz de llevarme el hermoso trofeo de mi padre.»
Así dijo, y quitándose el manto purpúreo de los hombros, se puso en pie y descolgó de su hombro la aguda espada. En pri­mer lugar colocó las hachas abriendo para todas un largo surco, las alineó a cuerda y puso tierra alrededor.
El asombro se apoderó de todos los que veían cuán ordena­damente las había colocado ‑nunca antes lo habían visto. En­tonces fue a ponerse sobre el umbral y probar el arco. Tres ve­ces lo movió deseando tenderlo y tres veces desistió de su ím­petu esperando en su interior tender la cuerda y atravesar el hierro con una flecha. Y quizá lo habría tendido, tirando con fuerza por cuarta vez, pero Odiseo le hizo señas de que no, aunque mucho lo deseaba. Y habló de nuevo entre ellos la sa­grada fuerza de Telémaco:
«¡Ay, ay, creo que voy a ser en adelante cobarde y débil!, o quizá es que soy demasiado joven y no puedo confiar en mis brazos para rechazar a un hombre cuando alguien me ataca primero. Pero, vamos; vosotros que sois superiores a mi en fuerzas, probad el arco y acabemos el certamen.»
Así diciendo, dejó el arco en él suelo, lejos de sí, lo apoyó con­tra las bien ajustadas, bien pulidas puertas y colgó la aguda flecha de una hermosa anilla y volvió a sentarse en la silla de donde se había levantado. Y entre ellos habló Antínoo, hijo de Eupites:

«Compañeros, levantaos todos, uno tras otro, comenzando por la derecha del lugar donde se escancia el vino.»
Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra.
Levantóse el primero Leodes, hijo de Enopo, el cual era su arúspice y se sentaba junto a una hermosa crátera, siempre en el rincón más escondido; sólo a él eran odiosas las iniquidades y estaba indignado contra todos los pretendientes[SC13] . Entonces fue el primero en tomar el arco y el agudo dardo y marchó a ponerse sobre el umbral. Probó el arco y no pudo tenderlo, pues antes se cansó de tirar hacia atrás con sus blandas, no en­callecidas manos. Y dijo entre los pretendientes:
«Amigos[SC14] , yo no puedo tenderlo, que ló coja otro. Este arco privará de la vida y del alma a muchos nobles. Aunque es pre­ferible morir que no conseguir aquello por lo que estamos reu­nidos siempre aquí, esperando todos los días. Ahora cualquiera espera y desea en su ánimo casarse con Penélope, la esposa de Odiseo, pero una vez que pruebe el arco y lo vea, que preten­da, buscando con regalos de boda, a alguna otra de las aqueas de hermoso peplo, y aquélla rápidamente se casará con quien más cosas le regale y le venga designado por el destino.»
Así diciendo, dejó el arco en el suelo, lejos de sí, lo apoyó contra las bien ajustadas, bien pulidas puertas y colgó la aguda flecha de una hermosa anilla, y volvió a sentarse en la silla de donde se había levantado.
Entonces le increpó Antínoo, le habló y le llamó por su nombre:
«Leodes, ¡qué palabra terrible e inaguantable ‑me he irrita­do al escucharla‑ ha escapado del cerco de tus dientes!; que este arco privará a los pretendientes de la vida y el alma por­que tú no puedes tenderlo. No, sólo a ti no te parió tu venera­ble madre para ser tirador de arco y flechas, pero otros ilustres pretendientes lo tenderán enseguida.»

Así dijo y ordenó a Melantio el cabrero:
«Apresúrate a encender fuego en el palacio, Melantio, y coloca al lado un sillón grande con pieles encima; y trae un gran pan de sebo que hay dentro para que calentemos el arco, lo un­temos con grasa y lo probemos, para terminar de una vez el certamen.»
Así dijo; Melantio encendió enseguida un fuego infatigable, acercóle un sillón, con pieles encima y llevó un gran pan de sebo que había dentro. Los jóvenes calentaron el arco y trata­ron de tenderlo, pero no podian., pues estaban muy faltos de fuerzas. Pero todavía Antínoo estaba a la expectativa y Eurí­maco semejante a un diós, jefes de los pretendientes y señala­damente los mejores por su valor. Habían salido del palacio, en mutua compañía, el boyero y el porquero del divino Odi­seo. Y les siguió él mismo, el divino Odiseo, desde la casa; y cuando ya estaban fuera de las puertas y del patio les habló con suaves palabras:
«Boyero y tú, porquero, Les diré alguna palabra o mejor la mantendré oculta? El ánimo me ordena decirla. ¿Como seríais para defender a Odiseo si llegara de alguna parte, así de repen­te, y alguna divinidad lo enviara? ¿Defenderíais a los preten­dientes o a Odiseo? Contestad como el corazón y el ánimo os lo ordenen.»
Y el boyero dijo:
«Zeus padre, ¡ojalá cumplieras este deseo mío de que llegue aquel hombre conducido por alguna divinidad! Conocerías cuál es mi fuerza y qué brazos me acompañan.»
Eumeo suplicaba a todos los dioses de la misma manera que regresara a casa el prudente Odiseo.
Y una vez que éste conoció su verdadero pensamiento, de nuevo les contestó con sus palabras y dijo:
«Ya está él dentro; soy yo mismo, que después de pasar mu­chas calamidades he llegado a los veinte años a la tierra patria. También me doy cuenta que sólo vosotros dos entre los escla­vos deseabais mi llegada, que de los otros, a ninguno he oído que suplicara para que yo regresara a casa. Así que a vosotros dos os diré la verdad de lo que va a suceder: si por mi mano la divinidad hace sucumbir a los ilustres pretendientes, os daré a ambos esposa y posesiones, y casas edificadas cerca de la mía; y seréis, además, compañeros y hermanos de mi Telémaco.
Vamos, os voy a mostrar otra señal manifiesfa para que me reconozcáis bien y confiéis en vuestro ánimo, la cicatriz que en otro tiempo me infirió un jabalí con su blanco colmillo, cuando marché al Parnaso con los hijos de Autólico.»
Así diciendo, apartó los andrajos de la gran cicatriz y luego que éstos la vieron y examinaron bien cada parte rompieron en llanto, echaron los brazos alrededor del prudente Odiseo y le besaban y acariciaban la cabeza y los hombros. También él besaba sus cabezas y manos y se les habría puesto la luz del sol mientras lloraban, si no los hubieran calmado y hablado Odi­seo mismo:
«Contened el llanto y el gemido, no sea que alguien os vea si sale del pálacio y vaya adentro a decirlo. Entrad uno tras otro, no juntos; primero yo y después vosotros. La señal será la si­guiente: todos los demás, cuantos son ilustres pretendientes no dejarán que me sean entregados el arco y el carcaj, pero tú, di­vino Eumeo, llévalo a través de la habitación para ponerlo en mi mano y di a las mujeres que cierren las puertas del palacio ajustándolas fuertemente. En el caso de que alguna oiga gemi­do o golpe de hombres entre nuestras paredes que no acuda a la puerta, que se quede en silenció junto a su labor. En cuanto a ti, divino Filetio, te encargo cerrar con llave las puertas del patio y poner enseguida una cadena.»
Así diciendo, entró en la bien construida casa y se fue a sen­tar en la silla de donde se había levantado; y después entraron los dos siervos del divino Odiseo.
Eurímaco ya estaba moviendo el arco con las manos hacia uno y otro lado, calentándolo con el brillo del fuego, pero ni aun así podía tenderlo y se afligía grandemente en su noble co­razón. Así que suspiró, dijo su palabra, habló y llamó por su nombre:
«¡Ay, ay, en verdad siento pesar por mí mismo y por todos! Y no es que me lamente tanto por la boda, aunque me duela ‑pues hay muchas otras aqueas, unas en la misma Itaca ro­deada de mar y otras en las restantes ciudades‑, como porque seamos tan débiles de fuerza comparados con el divino Odi­seo, que no podemos tender el arco. ¡Será una vergüenza que se enteren los venideros!»
Y Antínoo, hijo de Eupites, se dirigió luego a él:
«Eurímaco, nó será así ‑y lo sabes también tú‑. Ahora se celebra en el pueblo‑ la sagrada fiesta del dios. ¿Quién podría tender el arco? Dejadle tranquilamente en el suelo y las hachas de dóble filo dejémoslas ahí puestas, pues no creo que se las lleve nadie que venga al palacio de Odiséo Laertíada. Con que vamos, que el cópero haga una primera ofrenda, por orden, en las copas para que una vez realizada dejemos el curvado arco. Ordenad a Melantió que traiga cabras al amanecer, las que so­bresalgan entre todas, para que probemos el arco y termine­mos el certamen de una vez, después de ofrecer muslos a Apo­lo, famoso por su arco.»
Así dijo Antínoo, y les agradó su palabra. Así que los heral­dos vertieron agua sobre sus manos y unos jóvenes coronaban con vino las cráteras y lo distribuyeron entre todos haciendo una primera ofrenda en las copas. Y después que hubieron he­cho libación y bebido cuanto quiso su apetito, les dijo meditando engaños el muy astuto Odiseo:
«Escuchadme, pretendientes de la ilustre reina, mientras os digo lo que el corazón me ordena dentro del pecho. Me dirijo principalmente a Eurímaco y Antínoo, semejante a un dios, puésto que él ha dicho oportunamente qué dejéis ahora el arco y os volváis a los dioses, que al amanecer la divinidad dará fuerzas al que quisiere. Vamos, dadme el pulimentado arco para que pueda probar con vosotros mi fuerza y mis bra­zos, para ver si tengo todavía el vigor cual antes tenía en mis flexibles miembros, o ya me lo han destruido la vida errante y la falta de cuidados.»
Así dijo, y todos ellos se indignaron sobremanera temiendo que lograse tender el pulido arco.
Entonces Antínoo le increpó y llamó por su nombre:
«¡Ah, miserable entre los forasteros, no tienes ni el más mínimo seso! ¿No te contentas con participar tranquilamente del festín con nosotros, los poderosos, y que no se te prive de nada del banquete, e incluso escuchar nuestras palabras y conversación? Ningún otro forastero ni mendigo escucha nuestras palabras. Te trastorna el vino, dulce como la miel, el que daña a quien lo arrebata con avidez y no lo bebe comedidamente. El vino perdió también al ilustre centauro Euritión en el palacio del muy noble Pirítoo cuando marchó al país de los Lapitas[SC15] . Cuando había dañado su mente con el vino, cometió enloquecido acciones indignas en la casa de Pirítoo, pero la indigna­ción se apoderó de los héroes y se arrojaron sobre él, lo arras­traron afuera a través del vestíbulo y le cortaron orejas y nariz con cruel bronce. Y él, dañado en su mente, se marchó sopor­tando su desgracia con ánimo demente. Por esto se produjo la contienda entre hombres y Centauros, y aquél fue el primero que encontró el mal para sí mismo por haberse cargado de vino.
«También a ti te anuncio una gran desgracia si tiendes el arco, pues no encontrarás afabilidad en nuestro pueblo y te en­viaremos en negra nave al rey Equeto, azote de todos los mor­tales, y de allí no podrás escapar a salvo. Así que bebe tranquito y no trates de rivalizar con hombres más jóvenes»
Y la prudente Penélope se dirigió luego a él:
«Antínoo, no es decoroso ni justo ultrajar a los huéspedes de Telémaco, cualquiera que llegue a este palacio. ¿Crees que si el huésped lograra tender el arco, confiado en sus manos y fuer­za, me llevaría a casa y haría su esposa? Ni siquiera él mismo alberga en su pecho tal esperanza. Que ninguno de vosotros coma con corazón acongojado por causa de éste, pues no pare­ce cosa en modo alguno razonable.»
Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le contestó: ‑
«Hija de Icario, prudente Penélope, no creemos que éste te vaya a llevar, ni parece razonable, pero nos llenan de vergüen­za las murmuraciones de hombres y mujeres, no sea que algu­na vez el peor de los aqueos pueda decir: "En vérdad son hom­bres muy inferiores los que pretenden a la esposa de un hom­bre irreprochable, pues no son capaces de tender el pulido arco; en cambio un mendigo cualquiera que llegó errante ten­dió fácilmente el arco y atravesó el hierro."
«Así dirá y tales reproches serán para nosotros.»

Y la prudente Penélope se dirigió a él:
«Eurímaco, no es posible en modo alguno que tengan buena fama en el pueblo quienes deshonran la casa de un varón prin­cipal y se la comen. ¿Por qué os hacéis merecedores de tales oprobios? Este forastero es muy alto y vigoroso y afirma ser hijo de un padre de noble linaje. Vamos, dadle el pulimentado arco, para que veamos. Os diré algo que se va a cumplir: si lo­grara tenderlo y Apolo le diera gloria, le vestiré de manto y tú­nica, hermosos vestidos, y le daré un agudo venablo para protección contra perros y hombres y una espada de doble filo; también le daré sandalias para sus pies y le enviaré a donde su corazón le empuje.»
Y Telémaco le habló discretamente:
«Madre mía, ninguno de los aqueos tiene más poder que yo para dar el arco o negárselo a quien yo quiera, ni cuantos go­biernan sobre la áspera Itaca ni cuantos en las islas de junto a la Elide, criadora de caballos. Ninguno de éstos me forzaría contra mi voluntad si yo quisiera de una vez dar este arco al extranjero para llevárselo. Conque, vamos, marcha a tu habitación y ocúpate de las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a tus esclavas que se apliquen a las suyas. El arco será cuestión de los hombres y principalmente de mi, de quien es el poder en este palacio[SC16] »"
Y ella volvió asombrada a su habitación poniendo en su pe­cho la prudente palabra de su hijo. Y luego que hubo subido al piso superior con sus siervas, rompió a llorar por Odiseo, su esposo, hasta que Atenea, de ojos brillantes, le echó dulce sue­ño sobre los párpados.

Entonces el divino porquero tomó el curvado arco y se dis­ponía a llevarlo, cuando los pretendientes todos empezaron a amenazarlo en el palacio; y uno de los jóvenes arrogantes decía así:
«¿Adónde llevas el curvado arco, miserable porquero, insen­sato? Creo que bien pronto te van a comer lejos de aquí los perros, junto a las marranas que tú cuidabas, si Apolo y los de­más dioses nos son propicios.»
Así dijeron, y éste dejó el arco en el mismo sitio atemoriza­do porque todos, le amenazaban en el palacio. Pero Telémaco le dijo entre amenazas desde el otro lado:
«Abuelo, sigue adelante con el arco ‑no creo que hagas bien en obedecer a todos‑, no sea que yo, con ser más joven, te persiga hasta el campo arrojándote piedras, pues soy más fuerte. ¡Ojalá fuera tan superior en manos y vigor a cuantos pretendientes están en mi casa! Pronto despediría de mi pala­cio a alguno para que se marchara vergonzosamente, pues ma­quinan maldades.»
Así dijo y todos los pretendientes se rieron dulcemente de él y abandonaron su terrible cólera contra Telémaco. El porque­ro llevó el arco por la habitación y poniéndose junto al pru­dente Odiseo se lo entregó. Luego llamó a la nodriza Euriclea y le dijo:
«Prudente Euriclea, Telémaco ordena que cierres bien las puertas del mégaron y que, si alguna de las siervas oye gemi­dos o golpes de hombres dentro de nuestras paredes, que no acuda a la puerta, que se quede en silencio junto a su labor.»
Así dijo; a Euriclea se le quedaron sin alas las palabras y ce­rró enseguida las puertas del mégaron, agradable para ha­bitar.
Filetio salió sigilosamente y cerró enseguida las puertas del bien cercado patio. Había bajo el pórtico el cable de papiro de una curvada nave; con éste sujetó las puertas, entró y fue a sentarse en la silla de la que se, había levantado mirando direc­tamente a Odiseo.
Éste ya estaba manejando el arco, dándole vueltas probán­dolo por uno y otro lado no fuera que la carcoma hubiera roí­do el cuerno mientras su dueño estaba ausente.
Y uno de los pretendientes decía así, mirando al que tenía cerca:
«Desde luego es un hombre conocedor y entendido en ar­cos. Quizá también él tiene de éstos en casa o siente impulsos de construirlos, según lo mueve entre sus manos aquí y allá este vagabundo conocedor de desgracias.»
Y otro de los jóvenes arrogantes decía así:
«íOjalá consiguiera tanto provecho como va a conseguir tender el arco!»
Así decían los pretendientes. Entretanto el muy astuto Odi­seo, luego que hubo palpado y examinado por todas partes el gran arco... Como cuando un hombre entendido en liras y can­to consigue fácilmente tender la cuerda con una clavija nueva, atando a uno y otro lado la bien retorcida tripa de una oveja, así tendió Odiseo sin esfuerzo el gran arco. Luego lo tomó con su mano derecha, palpó la cuerda y ésta resonó semejante al hermoso trino de una golondrina. Entonces les entró gran pesar a los pretendientes y se les tornó el color. Zeus retumbó con fuerza mostrando una señal y se llenó de alegría el sufri­dor, el divino Odiseo porque el hijo de Crono, de torcidos pen­samientos, le había enviado un prodigio. Y tomó un agudo dardo que tenía suelto sobre la mesa, pues los otros estaban dentro del cóncavo carcaj, los que iban a probar pronto los aqueos. Lo acomodó en la encorvadura, tiró del nervio y de las barbas alli sentado, desde su misma silla, disparó el dardo apuntando de frente y no marró ninguna de las hachas desde el primer agujero, pues la flecha de pesado bronce salió atrave­sándolas.
Entonces dijo a Telémaco:
«Telémaco, este huésped que tienes sentado en tu palacio no lo cubre de vergüenza, que no he errado el blanco ni me he fa­tigado tratando de tender el arco. Todavía me queda vigor, no como me echan en cara los pretendientes por deshonrarme. Pero ya es hora de que los aqueos preparen su cena mientras haya luz y que luego se solacen con el canto y la lira, pues és­tos son complemento de un banquete.»
Así dijo, e hizo una señal con las cejas. Telémaco se ciñó la aguda espada, el hijo del divino Odiseo; puso su mano sobre la lanza y se quedó en pie junto a su mismo sillón, armado de re­luciente bronce.


CANTO XXII

LA VENGANZA

Entonces el muy astuto Odiseo se despojó de sus andra­jos, saltó al gran umbral con el arco y el carcaj lleno de flechas y las derramó ante sus pies diciendo a los preten­dientes:
«Ya terminó este inofensivo certamen; ahora veré si acierto a otro blanco que no ha alcanzado ningún hombre y Apolo me concede gloria.»
Así dijo, y apuntó la amarga saeta contra Antínoo. Levanta­ba éste una hermosa copa de oro de doble asa y la tenía en sus manos para beber el vino. La muerte no se le había venido a las mientes, pues ¿quién creería que, entre tantos convidados, uno, por valiente que fuera, iba a causarle funesta muerte y ne­gro destino? Pero Odiseo le acertó en la garganta y le clavó una flecha; la punta le atravesó en línea recta el delicado cue­llo, se desplomó hacia atrás, la copa se le cayó de la mano al ser alcanzado y al punto un grueso chorro de humana sangre brotó de su nariz. Rápidamente golpeó con el pie y apartó de sí la mesa, la comida cayó al suelo y se mancharon el pan y la carne asada.
Los pretendientes levantaron gran tumulto en el palacio al verlo caer, se levantaron de sus asientos lanzándose por la sala y miraban por todas las bien construidas paredes, pero no ha­bía en ellas escudo ni poderosa lanza que poder coger. E incre­paron a Odiseo con coléricas palabras:
«Forastero, haces mal en disparar el arco contra los hom­bres; ya no tendrás que afrontar más certámenes, pues te espera terrible muerte. Has matado a uno que era el más excelente de. los jóvenes de Itaca; te van a comer los buitres aquí mismo.»
Así lo imaginaban todos, porque en verdad creían que lo había matado involuntariamente; los necios no se daban cuen­ta de que también sobre ellos pendía el extremo de la muer­te[SC17] . Y mirándolos torvamente les dijo el muy astuto Odiseo:
«Perros, no esperabais que volviera del pueblo troyano cuando devastabais mi casa, forzabais a las esclavas y, estando yo vivo tratabais de seducir a mi esposa sin temer a los dioses que habitan el ancho cielo ni venganza alguna de los hombres. Ahora pende sobre vosotros todos el extremo de la muerte.»
Así habló y se apoderó de todos el pálido terror y buscaba cada uno por dónde escapar a la escabrosa muerte. Eurímaco fue el único que le contestó diciendo:
«Si de verdad eres Odiseo de Itaca que ha llegado, tienes ra­zón en hablar así de las atrocidades que han cometido los aqueos en el palacio y en el campo. Pero ya ha caído el causan­te de todo, Antínoo; fue él quien tomó la iniciativa, no tanto por intentar el matrimonio como por concebir otros proyectos que el Cronida no llevó a cabo: reinar sobre el pueblo de la bien construida Itaca tratando de matar a tu hijo con asechan­zas. Ya ha muerto éste por su destino, perdona tú a tus conciu­dadanos, que nosotros, para aplacarte públicamente, te com­pensaremos de lo que se ha comido y bebido en el palacio esti­mándolo en veinte bueyes cada uno por separado, y te devol­veremos bronce y oro hasta que tu corazón se satisfaga; antes de ello no se te puede reprochar que estés irritado.»
Y mirándole torvamente le dijo el muy astuto Odiseo:
«Eurímaco, aunque me dierais todos los bienes familiares y añadierais otros, ni aun así contendría mis manos de matar hasta que los pretendientes paguéis toda vuestra insolencia. Ahora sólo os queda luchar conmigo o huir, si es que alguno puede evitar la muerte y las Keres, pero creo que nadie escapa­rá a la escabrosa muerte.

Así habló y las rodillas y el corazón de todos desfallecieron allí mismo. Eurímaco habló otra vez entre ellos y dijo:
«Amigos, no contendrá este hombre sus irresistibles manos, sino que una vez que ha cogido el pulido arco y el carcaj lo dis­parará desde el pulido umbral hasta matarnos a todos. Pense­mos en luchar; sacad las espadas, defendeos con las mesas de los dardos que causan rápida muerte. Unámonos todos contra él por si logramos arrojarlo del umbral y las puertas, vayamos por la ciudad y que se promueva gran alboroto: sería la última vez que manejara el arco.»
Así habló, y sacando la aguda espada de bronce, de doble filo, se lanzó contra él con horribles gritos. Al mismo tiempo le disparó una saeta el divino Odiseo, y acertándole en el pe­cho, junto a la tetilla, le clavó la veloz flecha en el hígado. Se le cayó de la mano al suelo la espada y doblándose se desplomó sobre la mesa y derribó por tierra los manjares y la copa de do­ble asa. Golpeó el suelo con su frente, con espíritu conturba­do, y sacudió la silla con ambos pies, y una niebla se esparció por sus ojos.
Anfínomo se fue derecho contra el ilustre Odiseo y sacó la aguda espada por si podía arrojarlo de la puerta, pero se le ade­lantó Telémaco y le clavó por detrás la lanza de bronce entre los hombros y le atravesó el pecho. Cayó con estrépito y dio de bruces en el suelo. Telémaco se retiró dejando su lanza de lar­ga sombra allí, en Anfínomo, por temor a que alguno de los aqueos le clavara la espada mientras él arrancaba la lanza de larga sombra o le hiriera al estar agachado. Echó a correr y lle­gó enseguida adonde estaba su padre y, poniéndose a su lado, le dirigió aladas palabras: «Padre, voy a traerte un escudo y dos lanzas y un casco todo de bronce que se ajuste a tu cabeza. De paso me pondré yo las armas y daré otras al porquero y al boyero, que es mejor estar armados.»
Y le respondió el muy astuto Odiseo:
«Tráelas corriendo mientras tengo flechas para defenderme, no sea que me arrojen de la puerta al estar solo.»
Así habló, y Telémaco obedeció a su padre. Fue a la estancia donde estaban sus famosas armas y tomó cuatro escudos, ocho lanzas y cuatro cascos de bronce con crines de caballo, los lle­vó y se puso enseguida al lado de su padre. Primero protegió él su cuerpo con el bronce y, cuando los dos siervos se habían puesto hermosas armaduras, se colocaron todos junto al pru­dente y astuto Odiseo.
Mientras tuvo flechas para defenderse, fue hiriendo sin inte­rrupción a los pretendientes en su propia casa apuntando bien. Y caían uno tras otro. Pero cuando se le acabaron las flechas al soberano, una vez que las hubo disparado, apoyó el arco contra una columna del bien construido aposento, junto al muro reluciente, y se cubrió los hombros con un escudo de cuatro pieles; en la robusta cabeza se colocó un labrado casco ‑el penacho de crines de caballo ondeaba terrible en lo alto‑, y tomó dos poderosas lanzas guarnecidas con bronce.
Había en la bien construida pared un postigo[SC18]  y en el um­bral extremo de la sólida estancia había una salida hacia un co­rredor y estaba cerrado por batientes bien ajustados. Mandó Odiseo que lo custodiara el divino porquero manteniéndose firme en él, pues era la única. salida. Entonces Agelao les habló a todos con estas palabras:
«Amigos, ¿no habrá nadie que ascienda por el postigo, se lo diga a la gente y se produzca al punto un tumulto? Sería la últi­ma vez que éste manejara el arco.»
Y le respondió el cabrero Melantio:
«No es posible, Agelao de linaje divino; está muy cerca la hermosa puerta del patio y es difícil la salida al corredor; un solo hombre, que sea valiente, nos contendría a todos. Pero, vamos, os traeré armas de la despensa, pues creo que allí, y no en otro sitio, las colocaron Odiseo y su ilustre Hijo.»

Así diciendo, subió el cabrero Melantio por una tronera[SC19]  del mégaron a la estancia de Odiseo, de donde tomó doce escudos, otras tantas lanzas e igual número de cascos de bronce con cri­nes de caballo. Fue y se lo entregó rápidamente a los preten­dientes. Entonces sí que desfallecieron las rodillas y el corazón de Odiseo cuando vio que se ponían las arenas y blandían en sus manos las largas lanzas, pues ahora la empresa le parecía arriesgada. Y al punto dirigió a Telémaco aladas palabras:
«Telémaco, alguna de las mujeres del palacio, o Melantio, encienden contra nosotros combate funesto.»
Y le respondió Telémaco discretamente:
«Padre, yo tuve la culpa de ello, no hay otro culpable, que dejé abierta la bien ajustada puerta de la habitación, y su espía ha sido más hábil. Pero vete, divino Eumeo, y cierra la puerta de la despensa; y entérate de si quien hace esto es una mujer o Melantio, el hijo de Dolio, como yo creo.»
Mientras así hablaban entre sí, el cabrero Melantio volvió a la estancia para traer hermosas armas, pero se dio cuenta el di­vino porquero y al punto dijo a Odiseo, que estaba cerca:
«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo ‑rico en ardides, aquel hombre desconocido del que sospechábamos ha vuelto al aposento. Dime claramente si lo debo matar, en caso de ven­cerlo, o he de traértelo para que pague las muchas insolencias que ha cometido en tu casa.»
Y le respondió el muy astuto Odiseo:
«Yo y Telémaco contendremos en esta sala a los nobles pretendientes, a pesar de su mucho ardor. Vosotros ponedle atrás pies y manos y metedlo en la habitación, cerrad la puerta y echándole una soga trenzada colgadlo de las vigas en lo alto de una columna, para que viva largo tiempo sufriendo fuertes do­lores.»
Así habló, y ellos dos le escucharon y obedecieron, y, diri­giéndose a la estancia, le pasaron inadvertidos a Melantio, que estaba dentro. Éste buscaba armas en lo más recóndito de la habitación y ellos montaron guardia a uno y otro lado de las jambas. Cuando atravesaba el umbral el cabrero Melantio, lle­vando en una mano un hermoso casco y en la otra un ancho escudo viejo, cubierto de moho, que el héroe Laertes solía lle­var en su juventud y ahora se hallaba en el suelo con las co­rreas rotas, se le echaron encima y lo arrastraron adentro por los pelos; lo echaron al suelo angustiado en su corazón y, po­niéndole atrás pies y manos, se las ataron con doloroso nudo, como había mandado el hijo de Laertes, el divino y sufridor Odiseo; echaron a las vigas, en lo alto de una columna, la soga trenzada y burlándote le dijiste, porquero Eumeo:
«Ahora velarás toda la noche acostado en esta blanda cama que te mereces, y no te pasará inadvertida la llegada de la que nace de la mañana, de trono de oro, desde las corrientes de Océano, a la hora en que sueles traer las cabras a los preten­dientes para preparar el almuerzo.»
Así quedó, suspendido de funesto nudo, y ellos dos se pusie­ron las arenas, cerraron la brillante puerta y se dirigieron hacia el prudence y astuto Odiseo. Se detuvieron allí respirando ar­dor y eran cuatro los del umbral y muchos y valientes los de dentro. Y se les unió Atenea, la hija de Zeus, que tomó el as­pecto y la voz de Méntor. Odiseo se alegró al verla y le dijo:
«Méntor, aparta de nosotros el infortunio, acuérdate del compañero amado que solía hacerte bien, pues eres de mi edad.»
Así habló, aunque sospechaba que era Atenea, la que empuja al combate. Y los pretendientes le hacían reproches en la sala, siendo Agelao Damastórida el primero en hablar:
«Méntor, que no te convenza Odiseo con sus palabras de lu­char contra los pretendientes y ayudarle a él, pues que se cum­plirá nuestro intento de esta manera: una vez que hayamos matado a éstos, al padre y al hijo, perecerás tú  también por lo que tramas en el palacio y pagarás con tu cabeza. Y cuando se­guemos vuestra violencia con el hierro, mezclaremos a los de Odiseo cuantos bienes posees dentro y fuera de tu palacio y no permitiremos que tus hijos ni hijas vivan en el palacio, ni que tu fiel esposa ande por la ciudad de Itaca. .
Así hablo, Atenea se encolerizó más en su corazón y le hizo reproches a Odiseo con airadas palabras:
«Ya no hay en ti, Odiseo, aquel vigor y fuerza de cuando lu­chabas con los troyanos por Helena de blancos brazos, hija de ilustre padre, durante nueve años seguidos; diste muerte a muchos hombres en combate cruel y por tu consejo se tomó la ciudad de Príamo, de anchas calles. ¿Cómo es que ahora que has llegado a tu casa y posesiones imploras ser valiente contra los pretendientes? Ven aquí, amigo, ponte firme junto a mí y mira mis obras, para que veas cómo es Méntor Alcímida para devolverte los favores entre tus enemigos.»
Así habló, y es que no quería concederle todavía del todo la indecisa victoria antes de probar el vigor.y la fuerza de Odiseo y su ilustre hijo. Conque se lanzó hacia arriba y fue a posarse en una viga de la sala ennegrecida por el fuego, semejante a una golondrina de frente.
Animaban a los contendientes Agelao Damastórida Euríno­mo, Anfimedonte, Demoptólemo, Pisandro Polictórida y el prudente Pólibo, pues eran los más valientes de cuantos pre­tendientes vivían y luchaban por sus vidas. A los demás los ha­bía derribado ya el arco y las numerosas flechas. A todos se di­rigió Agelao con estas palabras:
«Amigos, ahora contendrá este hombre sus manos indómi­tas, puesto que se ha ido Méntor tras decirle inútiles fanfarro­nadas y han quedado solos al pie de las puértas. Conque no lancéis todos a una las largas lanzas; vamos, disparad primero los seis, por si Zeus nos concede de alguna manera que Odiseo sea blanco de los disparos y conseguir gloria. De los otros no habrá cuidado una vez que éste al menos haya caído.»
Así dijo, y dispararon todos como les ordenara, bien aten­tos, pero Atenea dejó sin efecto todos sus disparos. De éstos, uno alcanzó la columna del bien construido mégaron, otro la puerta sólidamente ajustada. De otro, la lanza de fresno, pesa­da por el bronce, fue a estrellarse contra el muro. Y una vez que habían esquivado las lanzas de los pretendientes comenzó a hablar entre ellos el sufridor, el divino Odiseo:
«Amigos, también yo ahora quisiera deciros que disparemos contra la turba de los pretendientes, quienes, además de los anteriores males, desean matarnos.»
Así dijo, y todos dispararon las afiladas lanzas apuntando de frente. A Demoptólemo lo mató Odiseo, a Eurfades Teléma­co, a Elato el porquerizo y a Pisandro el que estaba al cuidado de los bueyes. Así que luego todos a una mordieron el inmen­so suelo mientras los otros pretendientes se retiraron hacia el fondo del mégaron. Y ellos se lanzaron sobre los cadáveres y les quítaron las lanzas.
De nuevo los pretendientes dispararon las afiladas lanzas, bien atentos. Pero Atenea dejó sin efecto todos sus disparos. De ellos, uno alcanzó la columna del bien construido méga­ron, otro la puerta sólidamente ajustada. De otro la lanza de fresno, pesada por el bronce, fue a estrellarse contra el muro. Pero esta vez Anfimedonte hirió a Telémaco en la muñeca, le­vemente, y el bronce le dañó la superficie de la piel; Cresipo rasguñó el hombro de Eumeo con la larga lanza por encima del escudo, y ésta, sobrevolando, cayó a tierra.
De nuevo los que rodeaban al prudente y astuto Odiseo dis­pararon las afiladas lanzas contra la turba de los pretendientes y de nuevo alcanzó a Euridamante, Odiseo, el destructor de ciudades, a Anfimedonte, Telémaco, y a Pólibo, el porquero, y luego alcanzó en el pecho a Ctesipo el que estaba al cuidado de los bueyes y jactándose le dijo:
«Politérsida, amigo de insultar, no digas nunca nada altane­ro cediendo a tu insensatez, antes bien cede la palabra a los dioses, puesto que en verdad son mejores con mucho. Este será para ti el don de hospitalidad por la patada que diste a Odi­seo, semejante a un dios, cuando mendigaba por el palacio.»
Así dijo el que estaba al cuidado de los cuenitorcidos bueyes. Después Odiseo hirió de cerca al Damastórida con su larga lanza y Telémaco hirió de cerca con su lanza en medio de la ijada a Leócrito Evenórida, y el bronce le atravesó de parte a parte. Cayó de cabeza y dio de brutes en el suelo. Entonces Atenea levantó la égida, destructora para los mortales, desde lo alto del techo y sus corazones sintieron pánico[SC20] . Así que los unos huían por el mégaron como vacas de rebaño a las que persigue el movedizo tábano, lanzándose sobre ellas en la esta­ción de la primavera, cuando los días son largos.

En cambio, los otros, como los buitres de retorcidas uñas y corvo pico bajan de los montes y caen sobre las aves que, asus­tadas por la llanura, tratan de remontarse hacia las nubes ‑éstos se lanzan sobre las aves y las matan, ya que no tienen defensa alguna ni posibilidad de huida y se alegran los hom­bres de la captura‑, así golpeaban éstos a los pretendientes corriendo en círculo por la sala.
Y eran horribles los gemidos que se levantaban cuando las cabezas de los pretendientes golpeaban el suelo ‑y éste hu­meaba todo con sangre.
Fue entonces cuando Leodes se arrojó a las rodillas de Odiseo y asiéndolas le suplicaba con aladas palabras:
«Te suplico asido a tus rodillas, Odiseo. Respétame y ten compasión de mí. Pues lo aseguro que nunca dije ni hice nada insensato a mujer alguna en el palacio. Por el contrario, solía hacer desistir a cualquiera de los pretendientes que tratara de hacerlas, pero no me obedecían en alejar sus manos de la mal­dad. Por esto y por sus insensateces han atraído hacia sí un destino indigno y yo, sin haber hecho nada, yaceré con ellos por ser su arúspice, que no hay agradecimiento futuro para los que obran bien.»
Y mirándole torvamente le dijo el muy astuto Odiseo:
«Si te precias de ser el arúspice de éstos, seguro que a menu­do estabas pronto a suplicar en el palacio que el fin de mi dul­ce regreso fuera lejano, para atraer hacia ti a mi querida esposa y que te pariera hijos. Por esto no podrías escapar a la muerte de largos lamentos.»
Así diciendo, tomó con su ancha mano la espada que estaba en el suelo, la que Agelao había dejado caer al sucumbir. Con ella le atravesó el cuello por el centro y mientras todavía ha­blaba Leodes, su cabeza se mezcló con el polvo.
También el aedo Femio Terpiada trataba de evitar la negra Ker, el que cantaba a la fuerza entre los pretendientes. Estaba de pie sosteniendo entre sus manos la sonora lira junto al por­tillo, y dudaba entre salir desapercibido del mégaron y sentarse junto al altar del gran Zeus, protector del Hogar, donde Laer­tes y Odiseo habían quemado muchos muslos de reses, o lan­zarse a las rodillas de Odiseo y suplicarle. Y mientras así pen­saba, le pareció más ventajoso asirse a las rodillas de Odiseo Laertíada. Así que dejó en el suelo la curvada lira, entre la crátera y el sillón de clavos de plata, y se arrojó a las rodillas de Odiseo. Y asiéndolas, le suplicaba con aladas palabras:
«Te suplico asido a tus rodillas. Odiseo. Respétame y ten compasión de mí. Seguro que tendrás dolor en el futuro si ma­tas a un aedo, a mí, que canto a dioses y hombres. Yo he aprendido por mí mismo, pero un dios ha soplado en mi men­te toda clase de cantos. Creo que puedo cantar junto a ti como si fuera un dios. Por esto no trates de cortarme el cuello. Tam­bién Telémaco, tu querido hijo, podría decirte que yo no venía a tu casa ni de buen grado ni porque lo precisara, para cantar junto a los pretendientes en sus banquetes; mas ellos me arras­traban por la fuerza por ser más numerosos y fuertes.»
Así dijo, y la sagrada fuerza de Telémaco le oyó; así que lue­go dijo a su padre que estaba cerca:
«Detente y no hieras con el bronce a este inocente. Tam­bién salvaremos al heraldo Medonte, que siempre, mientras fui niño, se cuidaba de mí en nuestro palacio, si es que no lo han matado ya Filetio o el porquero, o se ha enfrentado contigo cuando irrumpiste en la sala.»
Así habló, y Medonte, conocedor de pensamientos discre­tos, le oyó. Estaba tirado bajo.un sillón y le cubría una piel re­cién cortada de buey, tratando de evitar la negra muerte. En­seguida saltó de debajo del sillón, se despojó de la piel de buey y se arrojó a las rodillas de Telémaco, y asiéndolas le suplicaba con aladas palabras:
«Amigo, ése soy yo; detente y di a tu padre que no me dañe con el agudo bronce, poderoso como es, irritado con los pre­tendientes quienes le consumieron los bienes en el palacio y no te respetaban a ti, ¡necios!»
Y sonriendo le dijo el muy astuto Odiseo:
«Cobra ánimos, ya que éste te ha protegido y salvado, para que sepas ‑y se lo digas a cualquier otro‑ que es mucho me­jor una buena acción que una acción malvada. Conque salid del mégaron e id al patio alejándoos de la matanza tú y el afa­mado aedo, mientras que yo llevo a cabo en la sala lo que es menester.
Así dijo, y ambos salieron del mégaron y fueron a sentarse junto al altar del gran Zeus, mirando asombrados a uno y otro lado, temiendo siempre la muerte.
Entonces Odiseo examinó todo su palacio por si todavía quedaba vivo algún hombre tratando de evitar la negra muerte. Pero los vio a todos derribados entre polvo y sangre, tan numerosos como los peces a los que los pescadores sacan del canoso mar en su red de muchas mallas y depositan en la cón­cava orilla ‑allí están todos sobre la arena añorando las olas del mar y el brillante Helios les arrebata la vida‑; así estaban los pretendientes, hacinados uno sobre otro.
Entonces se dirigió a Telémaco el muy astuto Odiseo:
«Telémaco, vamos, llámame a la nodriza Euriclea para que le diga la palabra que tengo en mi interior.»
Así dijo; Telémaco obedeció a su padre y marchando hacia la puerta, dijo a la nodriza Euriclea:
«Ven acá, anciana, tú eres la vigilante de las esclavas en nuestro palacio; ven, te llama mi padre para decirte algo.»
Así dijo, y a ella se le quedó sin alas su palabra; abrió las puertas del mégaron, agradable para habitar, y se puso en ca­mino, y luego la condujo Telémaco.
Encontró a Odiseo entre los cuerpos recién asesinados ro­ciado de sangre ya coagulada, como un león que va de camino luego de haber engullido un toro salvaje ‑‑todo su pecho y su cara están manchados de sangre por todas partes y es terrible al mirarlo de frente. Así de manchado estaba Odiseo por sus brazos y piernas. Cuando la nodriza vio los cadáveres y la san­gre a borbotones, arrancó a gritar, pues había visto una obra grande, pero Odiseo la contuvo y se lo impidió, por más que lo deseaba, y dirigiéndose a ella le dijo aladas palabras:
«Alégrate, anciana, en lo interior y no grites, que no es san­to ufanarse ante hombres muertos. A éstos los ha domeñado la Moira de los dioses y sus obras insensatas, pues no respetaban a ninguno de los terrenos hombres, noble o del pueblo, que se llegara a ellos. Por esto y por sus insensateces han arrastrado hacia sí un destino vergonzoso. Conque, vamos, dime de las mujeres en el palacio quiénes me deshonran y quiénes son ino­centes.»
Y al punto le contestó la nodriza Euriclea:
«Desde luego, hijo mío, te diré la verdad. Tienes en el pala­cio cincuenta esclavas a quienes hemos enseñado a realizar la­bores, a cardar lana y a soportar su esclavitud. Doce de éstas han incurrido en desvergüenza y no me honran a mí ni a la misma Penélope. Telémaco ha crecido sólo hace poco y su madre no le permitía dar órdenes a las esclavas. Pero voy a subir al piso de arriba para comunicárselo a tu esposa, a quien un dios ha infundido sueño.»
Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:
«No la despiertes todavía. Di a las mujeres que vengan aquí, a las que han realizado obras vergonzosas.»
Así dijo, y la anciana atravesó el mégaron para comunicár­selo a las mujeres y ordenarlas que vinieran.
Entonces Odiseo, llamando hacia sí a Telémaco, al boyero y al porquero, les dirigió aladas palabras:
«Comenzad ya a llevar cadáveres y dad órdenes a las muje­res para que luego limpien con agua y agujereadas esponjas los hermosos sillones y las mesas. Cuando hayáis puesto en orden todo el palacio sacad del sólido mégaron a las mujeres y ma­tadlas con largas espadas entre la rotonda[SC21]  y el hermoso cer­co del patio, hasta que las arranquéis a todas la vida, para que se olviden de Afrodita, a la que poseían debajo de los pretendientes con quienes se unían en secreto.»
Así diciendo, llegaron las esclavas, todas en grupo, lanzando tristes lamentos y derramando abundantes lágrimas. Primero se llevaron los cadáveres y los pusieron bajo el pórtico del bien cercado patio, apoyándolos bien unos en otros, pues así lo ha­bía ordenado Odiseo que las apremiaba en persona. Y ellas los llevaban por la fuerza. Luego limpiaron con agua y agujereadas esponjas los hermosos sillones y las mesas. Entretanto, Telé­maco, el boyero y el porquero rasparon bien con espátulas el piso de la bien construida vivienda y las esclavas se lo llevaban y lo ponían fuera. Cuando habían puesto en orden todo el pa­lacio, sacaron del sólido mégaron a las esclavas y las encerra­ron en un lugar estrecho, entre la rotonda y el hermoso cerco del patio, de donde no había posibilidad de huir.

Entonces, Telémaco comenzó entre ellos a hablar discreta­mente:
«No podría yo quitar la vida con muerte rápida a éstas que han vertido tanta deshonra sobre mi cabeza y la de mi padre cuando dormían con los pretendientes.»
Así diciendo, ató el cable de una nave de azuloscura proa a una larga columna y rodeó con él la rotonda tensándolo hacia arriba de forma que ninguna llegara al suelo con los pies. Como cuando se precipitan los tordos de largas alas, o las pa­lomas, hacia una red que está puesta en un matorral cuando se dirigen al nido –y en realidad las acoge un odioso lecho‑, así las esclavas tenían sus cabezas en fila ‑y en torno a sus cue­llos había lazos‑, para que murieran de la forma más lamen­table. Estuvieron agitando los pies entre convulsiones un rato, no mucho tiempo.
También sacaron a Melantio al vestíbulo y al patio, cortá­ronle la nariz y las orejas con cruel bronce, le arrancaron las vergüenzas para que se las comieran crudas los perros, y le cortaron manos y pies con ánimo irritado.
Luego que hubieron lavado sus manos y pies, volvieron al palacio junto a Odiseo, pues su trabajo estaba ya completo. Entonces dijo éste a su nodriza Euriclea:
«Tráeme azufre, anciana, remedio contra el mal, y también fuego, para que rocíe con azufre el mégaron; y luego ordena a Penélope que venga aquí en compañía de sus siervas. Ordena a todas las esclavas del palacio que vengan.»
Y luego le dijo su nodriza Euriclea:
«Sí, hijo mío, todo lo has dicho como te corresponde. Va­mos, voy a traerte ropa, una túnica y un manto; no sigas en pie en el palacio cubriendo con harapos tus anchos hombros. Sería indignante.»
Y contestándole dijo el muy astuto Odiseo:
«Antes que nada he de tener fuego en mi palacio.»
Así dijo, y su nodriza Euriclea no le desobedeció. Llevó azu­fre y fuego y Odiseo roció por completo el mégaron, la sala y el patio.
Entonces la anciana atravesó el hermoso palacio de Odiseo para comunicárselo a las mujeres e incitarlas a que volvieran. Estas salieron de la estancia llevando una antorcha entre sus manos, rodearon y dieron la bienvenida a Odiseo y abrazándo­le besaban su cabeza y hombros tomándole de las manos. Y a éste le entró un dulce deseo de llorar y gemir, pues reconocía a todas en su corazón.


CANTO XXIII
PENÉLOPE RECONOCE A ODISEO
Entonces la anciana subió gozosa al piso de arriba para anunciar a la señora que estaba dentro su esposo, y sus rodillas se llenaban de fuerza y sus pies se levantaban del suelo.
Se detuvo sobre su cabeza y le dijo su palabra:
«Despierta, Penélope, hija mía, para que veas con tus pro­pios ojos lo que esperas todos los días. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres pretendientes, a los que afligían su casa comiéndose los bienes y haciendo de su hijo el objeto de sus violencias.»
Y se dirigió a ella la prudente Penélope:
«Nodriza querida, te han vuelto loca los dioses, los que pue­den volver insensato a cualquiera, por muy sensato que sea, y hacer entrar en razón al de mente estúpida. Ellos te han daña­do; antes eras equilibrada en tu mente.
«¿Por qué te burlas de mí, si tengo el ánimo quebrantado por el dolor, diciéndome estos extravíos y me despiertas del dulce sueño que me tenía encadenados los párpados? Jamás ha­bía dormido de tal modo desde que Odiseo marchó a la madita Ilión que no hay que nombrar.
«Pero vamos, baja ya y vuelve al mégaron. Porque si cual­quiera otra de las mujeres que están a mi servicio hubiera veni­do a anunciarme esto y me hubiera despertado, seguro que la habría hecho volver al mégaron con palabra violenta. A ti, en cambio, te valdrá la vejez, por lo menos en esto.»
Y le contestó su nodriza Euriclea:
«No me burlo de tí en absoluto, hija mía, que en verdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa como lo anuncio y es el foras­tero a quien todos deshonraban en el mégaron. Telémaco sa­bía hace tiempo que ya estaba dentro, pero ocultó con pruden­cia los proyectos de su padre para que castigara la violencia de esos hombres altivos.»
Así dijo; invadió a Penélope la alegría y, saltando del lecho, abrazó a la anciana, dejó correr el llanto de sus párpados y ha­blándole dijo aladas palabras:
«Vamos, nodriza querida, dime la verdad, dime si de verdad ha llegado a casa como anuncias; dime cómo ha puesto sus manos sobre los pretendientes desvergonzados, solo como estaba, mientras que ellos permanecían dentro siempre en grupo.»
Y le contestó su nodriza Euriclea:
«No lo he visto, no me lo han dicho, sólo he oído el ruido de los que caían muertos. Nosotras permanecíamos asustadas en un rincón de la bien construida habitación ‑y la cerraban bien ajustadas puertas‑ hasta que tu hijo me llamó desde el mégaron, Telémaco, pues su padre le había mandado que me llamara. Después encontré a Odiseo en pie, entre los cuerpos recién asesinados que cubrían el firme suelo, hacinados unos sobre otros. Habrías gozado en tu ánimo si lo hubieras visto rociado de sangre y polvo como un león. Ahora ya están todos amontonados en la puerta del patio mientas él rocía con azufre la hermosa sala, luego de encender un gran fuego, y me ha mandado que te llame. Vamos, sígueme, para que vuestros co­razones alcancen la felicidad después de haber sufrido infini­dad de pruebas. Ahora ya se ha cumplido este tu mayor anhe­lo: él ha llegado vivo y está en su hogar y te ha encontrado a ti y a su hijo en el palacio, y a los que le ultrajaban, a los preten­dientes, a todos los ha hecho pagar en su palacio.»
Y le respondió la prudente Penélope:
«Nodriza querida, no eleves todavía tus súplicas ni te alegres en exceso. Sabes bien cuán bienvenido sería en el palacio para todos, y en especial para mí y para nuestro hijo, a quien engen­dramos, pero no es verdadera esta noticia que me anuncias, sino que uno de los inmortales ha dado muerte a los ilustres pretendientes, irritado por su insolencia dolorosa y sus malvadas acciones; pues no respetaban a ninguno de los hombres que pisan la tierra, ni al del pueblo ni al noble, cualquiera que se llegara a ellos. Por esto, por su maldad, han sufrido la des­gracia, que lo que es Odiseo... éste ha perdido su regreso lejos de Acaya y ha perecido.»
Y le contestó su nodriza Euriclea:
«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cerco de tus dientes! ¡Tú, que dices que no volverá jamás tu esposo, cuando ya está dentro, junto al hogar! Tu corazón ha sido siempre desconfia­do, pero te voy a dar otra señal manifiesta: cuando le lavaba vi la herida que una vez le hizo un jabalí con su blanco colmillo; quise decírtelo, pero él me asió la boca con sus manos y no me lo permitió por la astucia de su mente. Vamos, sígueme, que yo misma me ofrezco en prenda y, si te engaño, mátame con la muerte más lamentable.»
Y le contestó la prudente Penélope:
«Nodriza querida, es difícil que tú descubras los designios de los dioses, que han nacido para siempre, por muy astuta que seas. Vayamos, pues, en busca de mi hijo para que yo vea a los pretendientes muertos y a quien los mató.»
Así dijo, y descendió del piso de arriba. Su corazón revolvía una y otra vez si interrogaría a su esposo desde lejos o se colo­caría a su lado, le tomaría de las manos y le besaría la cabeza. Y cuando entró y traspasó el umbral de piedra se sentó frente a Odiseo junto al resplandor del fuego, en la pared de enfrente. Él se sentaba junto a una elevada columna con la vista baja es­perando que le dijera algo su fuerte esposa cuando lo viera con sus ojos, pero ella permaneció sentada en silencio largo tiempo ‑pues el estupor alcanzaba su corazón. Unas veces le miraba fijamente al rostro y otras no lo reconocía por llevar en su cuerpo miserables vestidos.
Entonces Telémaco la reprendió, le dijo su palabra y la lla­mó por su nombre:
«Madre mía, mala madre, que tienes un corazón tan cruel. ¿Por qué te mantienes tan alejada de mi padre y no te sientas junto a él para interrogarle y enterarte de todo? Ninguna otra mujer se mantendría con ánimo tan tenaz apartada de su mari­do, cuando éste después de pasar innumerables calamidades llega a su patria a los veinte años. Pero tu corazón es siempre más duro que la piedra.»
Y le contestó la prudente Penélope:
«Hijo mío, tengo el corazón pasmado dentro del pecho y no puedo pronunciar una sola palabra ni interrogarle, ni mirarle siquiera a la cara. Si en verdad es Odiseo y ha llegado a casa, nos reconoceremos mutuamente mejor, pues tenemos señales secretas para los demás que sólo nosotros dos conocemos.»
Así habló y sonrió el sufridor, el divino Odiseo, y al punto dirigió a Telémaco aladas palabras:
«Telémaco, deja a tu madre que me ponga a prueba en el pa­lacio y así lo verá mejor. Como ahora estoy sucio y tengo sobre mi cuerpo vestidos míseros, no me honra y todavía no cree que yo sea aquél. Pero deliberemos antes de modo que resulte todo mejor, pues cualquiera que mata en el pueblo incluso a un hombre que no deja atrás muchos vengadores, se da a la fuga abandonando sus parientes y su tierra patria, pero yo he matado a los defensores de la ciudad, a los más nobles mozos de Itaca. Te invito a que consideres esto.»
Y le contestó Telémaco discretamente:
«Considéralo tú mismo, padre mío, pues dicen que tus deci­siones son las mejores y ningún otro de los mortales hombres osaría rivalizar contigo. Nosotros te apoyaremos ardorosos y te aseguro que no nos faltará fuerza en cuanto esté de nuestra parte.»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Te voy a decir lo que me parece mejor. En primer lugar, lavaos y vestid vuestras túnicas, y ordenad a las esclavas en el palacio que elijan ropas para ellas mismas. Después, que el di­vino aedo nos entone una alegre danza con su sonora lira, para que cualquiera piense que hay boda si lo oye desde fuera, ya sea un caminante o uno de nuestros vecinos; que no se extien­da por la ciudad la noticia de la muerte de los pretendientes antes de que salgamos en dirección a nuestra finca, abundante en árboles. Una vez allí pensaremos qué cosa de provecho nos va a conceder el Olímpico.»
Así habló, y al punto todos le escucharon y obedecieron. En primer lugar se lavaron y vistieron las túnicas, y las mujeres se adornaron. Luego, el divino aedo tomó su curvada lira y excitó en ellos el deseo del dulce canto y la ilustre danza. Y la gran mansión retumbaba con los pies de los hombres que danzaban y de las mujeres de lindos ceñidores.
Y uno que lo oyó desde fuera del palacio decía así:
Seguro que se ha desposado ya alguien con la muy preten­dida reina. ¡Desdichada!, no ha tenido valor para proteger con constancia la gran mansión de su legítimo esposo, hasta que llegara.»
Así decía uno, pero no sabían en verdad qué había pasado.
Después lavó a Odiseo, el de gran corazón, el ama de llaves Eurínome y lo ungió con aceite y puso a su alrededor una her­mosa túnica y manto. Entonces derramó Atenea sobre su ca­beza abundante gracia para que pareciera más alto y más ancho e hizo que cayeran de su cabeza ensortijados cabellos semejan­tes a la flor del jacinto. Como cuando derrama oro sobre plata un hombre entendido a quien Hefesto y Palas Atenea han en­señado toda clase de habilidad y lleva a término obras que agradan, así derramó la gracia sobre éste, sobre su cabeza y hombro. Y salió de la bañera semejante en cuerpo a los in­mortales.
Fue a sentarse de nuevo en el sillón, del que se había levan­tado, frente a su esposa, y le dirigió su palabra:
«Querida mía, los que tienen mansiones en el Olimpo te han puesto un corazón más inflexible que a las demás mujeres. Ninguna otra se mantendría con ánimo tan tenaz apartada de su marido cuando éste, después de pasar innumerables calami­dades, llega a su patria a los veinte años. Vamos, nodriza, pre­párame el lecho para que también yo me acueste, pues ésta tie­ne un corazón de hierro dentro del pecho.»
Y le contestó la prudente Penélope:
«Querido mío, no me tengo en mucho ni en poco ni me ad­miro en exceso, pero sé muy bien cómo eras cuando marchas­te de Itaca en la nave de largos remos. Vamos, Euriclea, pre­para el labrado lecho fuera del sólido tálamo, el que construyó él mismo. Y una vez que hayáis puesto fuera el labrado lecho, disponed la cama pieles, mantas y resplandecientes colchas.»
Así dijo poniendo a prueba a su esposo. Entonces Odiseo se dirigió irritado a su fiel esposa:
«Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa para mi cora­zón. ¿Quién me ha puesto la cama en otro sitio? Sería difícil incluso para uno muy hábil si no viniera un dios en persona y lo pusiera fácilmente en otro lugar; que de los hombres, nin­gún mortal viviente, ni aun en la flor de la edad, lo cambiaría fácilmente, pues hay una señal en el labrado lecho, y lo cons­truí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifiqué el dormitorio en torno a él, hasta aca­barlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas, habilidosamente trabadas. Fue entonces cuando corté el follaje del olivo de extensas hojas; empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtién­dolo en pie de la cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillaban de púrpura.
«Esta es la señal que te manifiesto, aunque no sé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si ya lo ha puesto algún hombre en otro sitio, cortando la base del olivo.»
Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el corazón al re­conocer las señales que le había manifestado claramente Odi­seo. Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo; besó su cabeza y dijo:
«No te enojes conmigo, Odiseo, que en lo demás eres más sensato que el resto de los hombres. Los dioses nos han envia­do el infortunio, ellos, que envidiaban que gozáramos de la ju­ventud y llegáramos al umbral de la vejez uno al lado del otro. Por esto no te irrites ahora conmigo ni te enojes porque al principio, nada más verse, no te acogiera con amor. Pues con­tinuamente mi corazón se estremecía dentro del pecho por te­mor a que alguno de los mortales se acercase a mí y me enga­ñara con sus palabras, pues muchos conciben proyectos malva­dos para su provecho. Ni la argiva Helena, del linaje de Zeus, se hubiera unido a un extranjero en amor y cama, si hubiera sabido que los belicosos hijos de los aqueos habían de llevarla de nuevo a casa, a su patria[SC22] . Fue un dios quien la impulsó a ejecutar una acción vergonzosa, que antes no había puesto en su mente esta lamentable ceguera por la que, por primera vez, se llegó a nosotros el dolor.
«Pero ahora que me has manifestado claramente las señales de nuestro lecho, que ningún otro mortal había visto sino sólo tú y yo ‑y una sola sierva, Actorís, la que me dio mi padre al venir yo aquí, la que nos vigilaba las puertas del labrado dor­mitorio‑, ya tienes convencido a mi corazón, por muy inflexible que sea.»
Así habló, y a él se le levantó todavía más el deseo de llorar y lloraba abrazado a su deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de los que nadan (a los que Poseidón ha destruido la bien construida nave en el ponto, im­pulsada por el viento y el recio oleaje; pocos han conseguido escapar del canoso mar nadando hacia el litoral y ‑cuajada su piel de costras de sal‑ consiguen llegar a tierra bienvenidos, después de huir de la desgracia), así de bienvenido era el espo­so para Penélope, quien no dejaba de mirarlo y no acababa de soltar del todo sus blancos brazos del cuello.
Y se les hubiera aparecido Eos, de dedos de rosa, mientras se lamentaban, si la diosa de ojos brillantes, Atenea, no hubie­ra concebido otro proyecto: contuvo a la noche[SC23]  en el otro extremo al tiempo que la prolongaba, y a Eos, de trono de oro, la empujó de nuevo hacia Océano y no permitía que unciera sus caballos de veloces pies, los que llevan la luz a los hom­bres, Lampo y Faetonte[SC24] , los potros que conducen a Eos.

Entonces se dirigió a su esposa el muy astuto Odiseo:
«Mujer, no hemos llegado todavía a la meta de las pruebas, que aún tendremos un trabajo desmedido y difícil que es preciso que yo acabe del todo. Así me lo vaticinó el alma de Tire­sias el día en que descendí a la morada de Hades, para inquirir sobre el regreso de mis compañeros y el mío propio. Pero vayamos a la cama, mujer, para gozar ya del dulce sueño acos­tados.»
Y le contestó la prudente Penélope:
«Estará en tus manos el acostarte cuando así lo desee tu co­razón, ahora que los dioses te han hecho volver a tu bien edifi­cado palacio y a tu tierra patria. Pero puesto que has hecho una consideración ‑y seguro que un dios la ha puesto en tu mente‑, vamos, dime la prueba que te espera, puesto que me voy a enterar después, creo yo, y no es peor que lo sepa ahora mismo.»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Querida mía, ¿por qué me apremias tanto a que te lo diga? En fin, te lo voy a decir y no lo ocultaré, pero tu corazón no se sentirá feliz; tampoco yo me alegro, puesto que me ha orde­nado ir a muchas ciudades de mortales con un manejable remo entre mis manos, hasta que llegue a los hombres que no cono­cen el mar ni comen alimentos aderezados con sal; tampoco conocen estos hombres las naves de rojas mejillas ni los mane­jables remos que son alas para las naves. Y me dio esta señal que no te voy a ocultar: cuando un caminante, al encontrarse conmigo, diga que llevo un bieldo sobre mi ilustre hombro, me ordenó que en ese momento clavara en tierra el remo, ofreciera hermosos sacrificios al soberano Poseidón ‑un ca­brito, un toro y un verraco semental de cerdas‑, que volviera a casa y ofreciera sagradas hecatombes a los dioses inmortales, los que poseen el ancho cielo, a todos por orden. Y me sobre­vendrá una muerte dulce, lejos del mar, de tal suerte que me destruya abrumado por la vejez. Y a mi alrededor el pueblo será feliz. Me aseguró que todo esto se va a cumplir.»
Y se dirigió a él la prudente Penélope:
«Si los dioses nos conceden una vejez feliz, hay esperanza de que tendremos medios de escapar a la desgracia.»
Así hablaban el uno con el otro. Entretanto, Eurínome y la nodriza dispusieron la cama con ropa blanda bajo la luz de las antorchas. Luego que hubieron preparado diligentemente el la­brado lecho, la anciana se marchó a dormir a su habitación y Eurínome, la camarera, los condujo mientras se dirigían al le­cho con una antorcha en sus manos. Luego que los hubo con­ducido se volvió, y ellos llegaron de buen grado al lugar de su antiguo lecho.
Después Telémaco, el boyero y el porquero hicieron descan­sar a sus pies de la danza y fueron todos a acostarse por el sombrío palacio.
Y cuando habían gozado del amor placentero, se compla­cían los dos esposos contándose mutuamente, ella cuánto ha­bía soportado en el palacio, la divina entre las mujeres; con­templando la odiosa comparsa de los pretendientes que por causa de ella degollaban en abundancia toros y gordas ovejas y sacaban de las tinajas gran cantidad de vino; por su parte, Odi­seo, de linaje divino, le contó cuántas penalidades había causa­do a los hombres y cuántas había padecido él mismo con fati­ga. Penélope gozaba escuchándole y el sueño no cayó sobre sus párpados hasta que le contara todo. Comenzó narrando[SC25]  cómo había sometido a los cicones y llegado después a la fértil tierra de los Lotófagos, y cuánto le hizo al Cíclope y cómo se vengó del castigo de sus ilustres compañeros a quienes aquél se había comido sin compasión, y cómo llegó a Eolo, que lo acogió y despidió afablemente, pero todavía no estaba decidido que llegara a su patria, sino que una tempestad lo arrebató de nuevo y lo llevaba por el ponto, lleno de peces, entre profun­dos lamentos; y cómo llegó a Telépilo de los Lestrígones, quie­nes destruyeron sus naves y a todos sus compañeros de buenas grebas[SC26] . Sólo Odiseo consiguió escapar en la negra nave.

Le contó el engaño y la destreza de Circe y cómo bajó a la sombría mansión de Hades para consultar al alma del tebano Tiresias con su nave de muchas filas de remeros ‑y vio a to­dos sus compañeros[SC27]  y a su madre que lo había parido y cria­do de niño, y cómo oyó el rumor de las Sirenas de dulce canto y llegó a las Rocas Errantes[SC28]  y a la terrible Caribdis y a Esci­la, a quien jamás han evitado incólumes los hombres. Y cómo sus compañeros mataron las vacas de Helios y cómo Zeus, el que truena arriba, disparó contra la rápida nave su humeante rayo ‑y todos sus compañeros perecieron juntos, pero él evi­tó a las funestas Keres. Y cómo llegó a la isla de Ogigia y a la ninfa Calipso, quien lo retuvo en cóncava cueva deseando que fuera su esposo; le alimentó y decía que lo haría inmortal y sin vejez para siempre, pero no persuadió a su corazón. Y cómo después de mucho sufrir llegó a los feacios, quienes le honra­ron de todo corazón como a un dios y lo condujeron en una nave a su tierra patria, después de regalarle bronce, oro en abundancia y vestidos.
Esta fue la última palabra que dijo cuando el dulce sueño, el que afloja los miembros, le asaltó desatando las preocupacio­nes de su corazón.
Entonces proyectó otra decisión Atenea, la diosa de ojos brillantes: cuando creyó que Odiseo ya había gozado del lecho de su esposa y del sueño, al punto hizo salir de Océano a la de trono de oro, a la que nace de la mañana, para que llevara la luz a los hombres. Entonces se levantó Odiseo del blando le­cho y dirigió la palabra a su esposa:
«Mujer, ya estamos saturados ambos de pruebas inumera­bles; tú, llorando aquí mi penoso regreso y yo... a mí Zeus y los demás dioses me tenían encadenado con dolores lejos de aquí, de mi tierra patria, pero ahora que los dos hemos llegado al deseable lecho, tú has de cuidarme las riquezas que poseo en el palacio, que en cuanto a las ovejas que los altivos preten­dientes me degollaron, muchas se las robaré yo mismo y otras me las darán los aqueos hasta que llenen mis establos. Mas ahora parto hacia la finca de muchos árboles para ver a mi no­ble padre que me está apenado. A ti, mujer, te encomiendo esto, ya que eres prudente: al levantarse el sol correrá la noti­cia de la matanza de los pretendientes en el palacio; sube al piso de arriba con las siervas y permanece allí, y no mires a na­die ni preguntes.»

Así dijo y vistió alrededor de sus hombros la hermosa arma­dura y apremió a Telémaco, al boyero y al porquero, ordenán­doles que tomaran en sus manos los instrumentos de guerra. Éstos no le desobedecieron, se vistieron con el bronce, cerra­ron las puertas y salieron. Y los conducía Odiseo. Ya había luz sobre la tierra, pero Atenea los cubrió con la noche y los con­dujo rápidamente fuera de la ciudad.


CANTO XXIV
EL PACTO
Y Hermes llamaba a las almas de los pretendientes, el Cilenio[SC29] , y tenía entre sus manos el hermoso caduceo de oro con el que hechiza los ojos de los hombres que quiere y de nuevo los despierta cuando duermen. Con éste los puso en movimiento y los conducía, y ellas le seguían estridiendo. Como cuando los murciélagos en lo más profundo de una cueva infinita revolotean estridentes cuando se desprende uno de la cadena y cae de la roca ‑pues se adhieren unos a otros‑ así iban ellas estridiendo todas juntas y las conducía Hermes, el Benéfico[SC30] , por los sombríos senderos. Traspusieron las corrientes de Océano y la Roca Leúcade y atravesaron las puertas de Helios y el pueblo de los Sueños[SC31] , y pronto llegaron a un prado de asfódelo donde habitan las almas, imágenes de los difuntos.

Allí encontraron el alma del Pelida Aquiles y la de Patroclo y la del irreprochable Antíloco y la de Ayáx, el más excelente en aspecto y cuerpo de los dánaos después del irreprochable hijo de Peleo. Todos se iban congregando en torno a éste; acercóse doliente el alma de Agamenón el Atrida y, a su alrededor, las de cuantos murieron con él en casa de Egisto y cumplieron su destino.
A éste se dirigió en primer lugar el alma del Pelida:
«Atrida, estábamos convencidos de que tú eras querido por Zeus, el que goza con el rayo, por encima de los demás héroes puesto que reinabas sobre muchos y fuertes hombres en el pueblo de los troyanos, donde sufrimos penalidades los aqueos. Sin embargo, también se había de poner a tu lado la luctuosa Moira, a la que nadie evita de los que han nacido. ¡Ojalá hubieras obtenido muerte y destino en el pueblo de los troyanos disfrutando de los honores con los que reinabas! Así te hubiera levantado una tumba el ejército panaqueo y habrías cobrado gran gloria también para tu hijo. Sin embargo, te había tocado en suerte perecer con la muerte más lamentable.»
Y le contestó a su vez el alma del Atrida:
«Dichoso hijo de Peleo, semejante a los dioses, Aquiles, tú que pereciste en Troya, lejos de Argos y en torno a ti sucumbían los mejores hijos de troyanos y aquéos luchando por tu cadáver, mientras tú yacías en medio de un torbellino de polvo ocupando un gran espacio, olvidado ya de conducir tu carro. Nosotros luchamos todo el día y no habríamos cesado de luchar en absoluto, si Zeus no te hubiera impedido con una témpestad. Después, cuando te sacamos de la batalla y te llevamos a las naves, te pusimos en un lecho tras limpiar tu hermosa piel con agua tibia y con aceite, y en torno a ti todos los dánaos derramaban muchas, calientes lágrimas y se mesaban los cabellos.
«Entonces llegó tu madre del mar con las inmortales diosas marinas, después de oír la noticia, y un lamento inmenso se levantó sobre el ponto. El temblor se apoderó de todos los aqueos y se habrían levantado para embarcarse en las cóncavas naves, si no los hubiera contenido un hombre sabedor de cosas muchas y antiguas, Néstor, cuyo consejo también antes parecía el mejor. Éste habló con buenos sentimientos hacia ellos y dijo: "Conteneos, argivos, no huyáis, hijos de los aqueos. Esta es su madre y viene del mar con las inmortales diosas marinas pára encontrarse con su hijo muerto." Así habló y ellos contuvieron su huida temerosa.
«Entonces lo rodearon llorando las hijas del viejo del mar y, lamentándose, le pusieron vestidos inmortales. Y las Musas, nueve en total[SC32] , cantaban alternativamente un canto funerario con hermosa voz. En ese momento no habrías visto a ninguno de los argivos sin lágrimas: ¡tanto los conmovía la sonora Musa!
«Dieciocho noches lo lloramos, e igualmente de día, los dioses inmortales y los mortales hombres. El día décimoctavo lo entregamos al fuego y sacrificamos animales en torno tuyo, bien alimentados rebaños y cuernitorcidos bueyes. Tú ardías envuelto en vestiduras de dioses y en abundante aceite y dulce miel. Muchos héroes aqueos circularon con sus armas alrededor de tu pira mientras ardías, a pie y a caballo, y se levantaba un gran estrépito. Después, cuando te había quemado la llama de Hefesto, al amanecer, recogimos tus blancos huesos, Aquiles, envolviéndolos en vino sin mezcla y en aceite, pues tu madre nos donó una ánfora de oro ‑decía que era regalo de Dioniso[SC33]  y obra del ilustre Hefesto. En ella están tus blancos huesos, ilustre Aquiles, mezclados con los del cadáver de Patrocio, el hijo de Menetio, y, separados, los de Antíloco a quien honrabas por encima de los demás compañeros, aunque después de Patroclo, muerto también. Y levantamos sobre ellos un monumento grande y perfecto el sagrado ejécito de los guerreros argivos, junto al prominente litoral del vasto Helesponto. Así podrás ser visto de lejos, desde el mar, por los hombres que ahora viven y por los que vivirán después.

«Tu madre, después de pedírselo a los dioses, instituyó un muy hermoso certamen para los mejores de los aqueos en medio de la concurrencia. Ya has asistido al funeral de muchos héroes, cuando al morir un rey los jóvenes se ciñen las armas y se establecen competiciones, pero serla sobre todo al ver aquel cuando habrías quedado estupefacto: ¡qué hermosísimo certamen estableció la diosa en tu honor, la diosa de los pies de plata, Tetis, pues eras muy querido de los dioses. Conque ni aún al morir has perdido tu nombre, sino que tu fama de nobleza llegará siempre a todos los hombres, Aquiles. En cambio a mí...!, ¿qué placer obtuve al concluir la guerra? Zeus me preparó durante el regreso una penosa muerte a manos de Egisto y de mi funesta esposa.»
Esto es lo que decían entre sí.
Y se les acercó el Mensajero, el Argifonte, conduciendo las almas de los pretendientes muertos a manos de Odiseo. Ambos se admiraron al verlos y se fueron derechos a ellos, y el alma de Agamenón, el Atrida, reconoció al querido hijo de Melaneo, el muy ilustre Anfimedonte, pues era huésped suyo cuando habitaba su palacio de Itaca. Así que se dirigió a éste en primer lugar el alma del Atrida:
«Anfimedonte, ¿qué os ha pasado para que os hundáis en la sombría tierra, hombres selectos todos y de la misma edad? Nadie que escogiera en la ciudad a los mejores hombres elegiría de otra manera. ¿Es que os ha sometido Poseidón en las naves levantado crueles vientos y enormes olas?; ¿o acaso os han destruido en tierra firme, en algún sitio, hombres enemigos cuando intentabais llevaros sus bueyes o sus hermosos rebaños de ovejas, o luchando por la ciudad y sus mujeres? Dímelo, puesto que te pregunto y me precio de ser tu huésped. ¿O no te acuerdas cuando llegué a vuestro palacio en compañía del divino Menelao para incitar a Odiseo a que nos acompañara a Ilión sobre las naves de buenos bancos? Durante un mes recorrimos el ancho mar y con dificultad convencimos a Odiseo, el destructor de ciudades[SC34] ».

Y le contestó el alma de Anfimedonte:
«Atrida, el más ilustre soberano de hombres, Agamenón, recuerdo todo eso tal como lo dices. Te voy a narrar cabalmente y con exactitud el funesto término de nuestra muerte, cómo fue urdido.
«Pretendíamos a la esposa de odiseo, largo tiempo ausente, y ella ni se negaba al odiado matrimonio ni lo realizaba –pues meditaba para nosotros la muerte y la negra Ker‑, sino que urdió en su interior este otro engaño: puso en el palacio un gran telar e hilaba, telar suave e inacabable. Y nos dijo a continuación: " Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, aunque deseéis mi boda, hasta que acabe este manto ‑no sea que se me pierdan los hilos‑, este sudario para el héroe Laertes, para cuando le arrebate la luc­tuosa Moira de la muerte de largos lamentos, no sea que algu­na de las aqueas en el pueblo se irrite conmigo si yace sin su­dario el que poseyó mucho. Así habló y enseguida se conven­ció nuestro noble ánimo. Conque allí hilaba su gran telar du­rante el día y por la noche lo destejía, tras colocar antorchas a su lado. Así que su engaño pasó inadvertido durante tres años y convenció a los aqueos, pero cuando llegó el cuarto año y transcurrteron las estaciones, sucediéndose los meses, y se cumplieron muchos días, nos lo dijo una de las mujeres –ella lo sabía bien‑ y sorprendimos a ésta destejiendo su brillante tela.
«Así fue como tuvo que acabarla, y no voluntariamente sino por la fuerza[SC35] . Y cuando nos mostró el manto, tras haber hilado el gran telar, tras haberlo lavado, semejante al sol y a la luna, fue entonces cuando un funesto demón trajo de algún lado a Odiseo hasta los confines del campo donde habitaba su morada el porquero. Allí marchó también el querido hijo del divino Odiseo cuando llegó de vuelta de la arenosa Pilos en negra nave y entre los dos tramaron funesta muerte para los pretendientes. Y llegaron a la muy ilustre ciudad, Odiseo el último, mientras que Telémaco le precedía. El porquero llevó a aquél con miserables vestidos en su cuerpo, semejante a un mendigo miserable y viejo apoyado en su bastón, y rodeaban su cuerpo tristes vestidos. Ninguno de nosotros pudo reconocer que era él al aparecer de repente, ni los que eran más mayores, sino que le maltratábamos con palabras insultantes y con golpes. El entretanto soportaba ser golpeado e injuriado en su propio palacio con ánimo paciente; pero cuando le incitó la voluntad de Zeus, portador de égida, tomó las hermosas armas junto con Telémaco, las ocultó en la despensa y echó los cerrojos; después mandó con mucha astucia a su esposa que entregara a los pretendientes el arco y el ceniciento hierro como competición para nosotros, hombres de triste destino, y comienzo de la matanza[SC36] .
«Ello fue que ninguno de nosotros pudo tender la cuerda del poderoso arco; que éramos del todo incapaces. Cuando el gran arco llegó a manos de Odiseo, todos nosotros voceábamos al porquero que no se lo entregara ni aunque le rogara insistentemente. Sólo Telémaco le animó y se lo ordenó. Así que le tomó en sus manos el sufridor, el divino Odiseo y tendió el arco con facilidad, hizo pasar la flecha por el hierro, fue a ponerse sobre el umbral y disparaba sus veloces saetas mirando a uno y otro lado que daba miedo. Alcanzó al rey Antínoo Antínoo y luego iba lanzando sus funestos dardos a los demás, apuntando de frente, y ellos iban cayendo hacinados.
«Era evidente que alguno de los dioses les ayudaba, pues, cediendo a su ímpetu, nos mataban desde uno y otro lado de la sala. Y se levantó un vergonzoso gemido cuando nuestras cabezas golpeaban contra el pavimento y éste todo humeaba con sangre.

«Así perecimos, Agamenón, y nuestros cuerpos yacen aún descuidados en el palacio de Odiseo, pues todavía no lo saben nuestros parientes, quienes lavarían la sangre de nuestras heridas y nos llorarían después de depositarnos, que éste es el honor que se tributa a los que han muerto.»
Y le contestó el alma del Atrida:
«¡Dichoso hijo de Laertes, muy astuto Odiseo, por fin has recuperado a tu esposa con tu gran valor! ¡Así de buenos eran los pensamientos de la irreprochable Penélope, la hija de Icario! ¡Así de bien se acordaba de Odiseo, de su esposo legítimo! Por eso la fama de su virtud no perecerá y los inmortales fabricarán un canto a los terrenos hombres en honor de la prudente Penélope. No preparó acciones malvadas como la hija de Tíndaro que mató a su esposo legítimo y un canto odioso correrá entre los hombres; ha creado una fama funesta para las mujeres, incluso para las que sean de buen obrar[SC37] ».
Esto era lo que hablaban entre sí en la morada de Hades, bajo las cavernas de la tierra.
Entretanto, Odiseo y los suyos bajaron de la ciudad y. enseguida llegaron al hermoso y bien cultivado campo que Laertes mismo había adquirido en otro tiempo, después de haber sufrido mucho. Allí tenía una mansión y, rodeándola por completo, corría un cobertizo en el que comían, descansaban y pasaban la noche los esclavos forzosos que le hacían la labor. También había una mujer, la anciana Sicele que cuidaba gentilmente al anciano en el campo, lejos de la ciudad.
Entonces dijo Odiseo su palabra a los esclavos y a su hijo:
«Vosotros entrad ya en la bien edificada casa y sacrificad para la cena el mejor de los cerdos, que yo, por mi parte, voy a poner a prueba a mi padre, a ver si me reconoce y distingue con sus ojos o no me reconoce por llevar mucho tiempo lejos.»

Así dijo y entregó a los esclavos sus armas, dignas de Ares. Estos entraron rápidamente en la casa, mientras que Odiseo se acercaba a la viña abundante en frutos para probar suerte. Y no encontró a Dolio al descender a la gran huerta ni a ninguno de los esclavos ni de los hijos; habían marchado a recoger piedras para un muro que sirviera de cercado a la viña y los conducía el anciano. Así que encontró solo a su padre acollando un retoño en la bien cultivada viña. Vestía un manto descolorido, zurcido, vergonzoso y alrededor de sus piernas tenía atadas unas mal cosidas grebas para evitar los arañazos; en sus manos tenía unos guantes por causa de las zarzas y sobre su cabeza una gorra de piel de cabra. Y hacía crecer sus dolores.
Cuando el sufridor, el divino Odiseo lo vio doblegado por la vejez y con una gran pena en su interior, se puso bajo un elevado peral y derramaba lágrimas. Después dudó en su interior entre besar y abrazar a su padre, y contarle detalladamente cómo había venido y llegado por fin a su tierra patria, o preguntarle primero y probarle en cada detalle. Y mientras meditaba, le pareció más ventajoso tentarle primero con palabras mordaces; así que se fue derecho hacia él el divino Odiseo. En este mómento el anciano mantenía la cabeza bàja y acollaba un retoño, y poniéndose a su lado le dijo su ilustre hijo:
«Anciano, no eres inexpertó en cultivar el huerto, que tiene un buen cultivo y nada en tu jardín está descuidado, ni la planta ni la higuera ni la vid ni el olivo ni el peral ni la legumbre. Pero te voy a decir otra cosa, no pongas la cólera en tu ánimo: tu propio cuerpo no tiene un buen cultivo, sino una triste vejez al tiempo que estás escuálido y vestido indecorosamente. No, por indolencia al menos no se despreocupa de ti tu dueño y no hay nada de servil que sobresalga en ti al mirar tu forma y estatura, pues más bien te pareces a un rey o a uno que duerme muellemente después que se ha lavado y comido, que ésta es la costumbre de los ancianos. Pero, vamos, dime esto ‑e infórmame con verdad‑: ¿de qué hombre eres esclavo?, ¿de quién es el huerto que cultivas? Respóndeme también a esto con la verdad, para cerciorarme bien si esta tierra, a la que he llegado, es Itaca como me ha dicho ese hombre con quien me he encontrado al venir aquí (y no muy sensato, por cierto, que no se atrevió a darme detalles ni a escuchar mi palabra cuando le preguntaba si mi huésped vive en algún sitio, y aún existe, o ya ha muerto y está en la morada de Hades). Voy a decirte algo, atiende y escúchame: en cierta ocasión acogí en mi tierra a un hombre que había llegado a mí. Jamás otro mortal venido a mi casa desde lejanas tierras me fue más querido que él. Afirmaba con orgullo que su linaje procedía de Itaca y que su padre era Laertes, el hijo de Arcisio. Lo conduje a mi casa y le acogí honrándole gentilmente, pues en ella había abundantes bienes. Le ofrecí dones de hospitalidad, los que le eran propios: le di siete talentos de oro bien trabajados, una crátera de plata adornada con flores, doce cobertores simples, otras tantas alfombras y el mismo número de hermosas túnicas y mantos. Aparte, le entregué cuatro mujeres conocedoras de labores brillantes, muy hermosas, las que él quiso escoger.»
Y le contestó su padre derramando lágrimas:
«Forastero, es cierto que has llegado a la tierra por la que preguntas, pero la dominan hombres insolentes a insensatos. Los dones que le ofreciste, con ser muchos, resultaron vanos, pues si lo hubieras encontrado vivo en el pueblo de Itaca, te habría devuelto a casa después de compensarte bien con regalos y con una buena acogida; pues esto es lo establecido, quienquiera que sea el que empieza.
«Pero vamos, dime a informame con verdad: ¿cuántos años hace que diste hospitalidad a aquel huésped tuyo desgraciado, a mi hijo ‑si es que existió alguna vez‑, al malhadado a quien han devorado los peces en el mar, lejos de los suyos y su tierra patria, o se ha convertido en presa de fieras y aves en tierra firme? Que no lo ha llorado su madre después de amortajarlo ni su padre, los que lo engendramos; ni su esposa de abundante dote, la prudente Penélope, ha llorado como es debido a su esposo junto al lecho después de cerrarle los ojos, pues éste es el honor que se tributa a los que han muerto.
«Dime ahora esto también tú con vérdad para que yo lo sepa: ¿quién eres entre los hombres?, ¿dónde están tu ciudad y tus padres?, ¿dónde está detenida tu rápida nave, la que te ha conducido hasta aquí con tus divinos compañeros?; ¿o acaso has venido como pasajero en nave ajena y ellos se han marchado después de dejarte en tierra?»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Te voy a contar todo con detalle: soy de Alibante donde habito mi ilustre morada, hijo del rey Afidanto, hijo de Polipemón, y mi nombre propio es Epérito. Ello es que un demón me ha hecho llegar hasta aquí, aunque no quería, apartándome de Sicania[SC38] ; mi nave está detenida junto al campo, lejos de la ciudad. Este es el quinto año desde que Odiseo marchó de allí y abandonó mi patria, el malhadado. Desde luego las aves le eran favorables cuando marchó, estaban a la derecha; con ellas yo me alegré y le despedí y él estaba alegre al marchar. Nuestro ánimo confiaba en que volveríamos a reunirnos en hospitalidad y entregarnos espléndidos presentes.»
Así habló y una negra nube de dolor envolvió a Laertes, tomó polvo de cenicienta tierra y lo derramó por su encanecida cabeza mientras gemía agitadamente. Entonces se conmovió el espíritu de Odiseo, le salió por las narices un ímpetu violento al ver a su padre y de un salto le abrazó y besó diciendo:
«Soy yo, padre, aquél por quien preguntas, yo que he llegado a los veinte años a mi tierra patria. Pero contento llanto y lamentos, pues te voy a decir una cosa ‑y es preciso que nos apresuremos:- ya he matado a los pretendientes en nuestro palacio vengando sus dolorosos ultrajes y sus malvadas acciones.»
Y le contestó Laertes diciendo:
«Si de verdad eres Odiseo, mi hijo, que has llegado aquí, muéstrame una señal clara para que me convenza.»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Contempla con tus ojos, en primer lugar, esta herida que me hizo un jabalí hundiéndome su blanco colmillo cuando fui al Parnaso. Tú y mi venerable madre me enviasteis a Autólico padre de mi madre, para recibir los dones que me prometió al venir aquí afirmándolo con su cabeza. Es más, te voy a señalar los árboles de la bien cultivada huerta que me ‑regalaste en cierta ocasión. Yo te pedía cada uno de ellos cuando era niño y te seguía por el huerto; íbamos caminando entre ellos y tú me decías el nombre de cada uno. Me diste trece perales, diez manzanos y cuarenta higueras y designaste cincuenta hileras de vides para dármelas, cada una de distinta sazón. Había en ellas racimos de todas clases cuando las estaciones de Zeus caían de lo alto.»

Así habló y se debilitaron las rodillas y el corazón de éste al reconocer las claras señales que Odiseo le había mostrado; echó los brazos alrededor de su hijo, y el sufridor, el divino Odiseo le atrajo hacia sí desmayado. Cuando de nuevo tomó aliento y su ánimo se le congregó dentro, contestó con palabras y dijo:
«Padre Zeus, todavía estáis los dioses en el Olimpo si los pretendientes han pagado de verdad su orgullosa insolencia. Ahora, sin embargo, temo que los itacenses vengan aquí y envíen mensajeros por todas partes a las ciudades de los cefalenios.»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Cobra ánimos, no te preocupes de esto, pero vamos ya a la mansión que está cerca del huerto. Ya he enviado por delante a Telémaco con el boyero y el porquero para que preparen la cena enseguida.»
Así hablando se encaminaron a su hermosa mansión. Cuando llegaron a la casa, agradable para habitar, encontraron a Telémaco con el boyero y el porquero cortando abundantes carnes y mezclando rojo vino. Entre tanto la sierva Sicele lavó al magnánimo Laertes, le ungió con aceite y le puso una hermosa túnica. Entonces Atenea se puso a su lado y aumentó los miembros del pastor de su pueblo e hizo que pareciera más grande y ancho que antes. Salió éste de su baño y se admiró su hijo cuando lo vio frente a sí semejante a los dioses inmortales. Así que le habló dirigiéndole aladas palabras:
«Padre, sin duda uno de los dioses, que han nacido para siempre, lo ha hecho parecer superior en belleza y estatura.»
Y le contestó Laertes discretamente:
«¡Padre Zeus, Atenea y Apolo! ¡Ojalá me hubiera enfrentado ayer con los pretendientes en mi palacio, las armas sobre mis hombros, como cuando me apoderé de la bien edificada ciudadela de Nérito, promontorio del continente acaudillando a los cefalenios! Seguro que habría aflojado las rodillas de muchos de ellos en mi palacio y tú habrías gozado en tu interior.» Esto es lo que se decían uno a otro. Y después que habían terminado de preparar y tenían dispuesta la cena, se sentaron por orden en sillas y sillones y echaron mano de la comida. Entonces se acercó el anciano Dolio y con él sus hijos cansados de trabajar, que los salió a llamar su madre, la vieja Sicele, quien los había alimentado y cuidaba gentilmente al anciano, luego que le hubo alcanzado la vejez.
Cuando vieron a Odiseo y lo reconocieron en su interior, se detuvieron embobados en la habitación. Entonces Odiseo les dijo tocándoles con dulces palabras:
«Anciano, siéntate a la cena y dejad ya de admiraros; que hace tiempo permanecemos en la sala, deseosos de echar mano a los alimentos, por esperaros.»
Así habló; Dolio se fue derecho a él extendiendo sus dos brazos, tomó la mano de Odiseo y se la besó junto a la muñeca. Y se dirigió a él con aladas palabras:
«Amigo, puesto que has vuelto a nosotros que mucho lo deseábamos, aunque no lo acabábamos de creer del todo ‑y los dioses mismos te han traído‑, ¡salud!, seas bienvenido y que los dioses te concedan felicidad. Mas dime con verdad, para que lo sepa, si está enterada la prudente Penélope de tu llegada o le enviamos un mensajero.»
Y le contestó y dijo el muy astuto Odiseo:
«Anciano, ya lo sabe, ¿qué necesidad hay de que tú te ocupes de esto?»
Así dijo y se sentó de nuevo sobre su bien pulimentado asiento. De la misma forma también los hijos de Dolio daban la bienvenida al ilustre Odiseo con sus palabras y le tomaban de la mano, y luego se sentaron por orden junto a Dolio, su padre.
Así es como se ocupaban de comer en la casa, mientras Fama recorría mensajera la ciudad anunciando por todas partes la terrible muerte y Ker de los pretendientes. Luego que la oyeron los ciudadanos, venían cada uno de un sitio con gritos y lamentos ante el palacio de Odiseo, sacaban del palacio los cadáveres y cada uno enterraba a los suyos: en cambio a los de otras ciudades los depositaban en rápidas naves y los mandaban a los pescadores para que llevaran a cada uno a su casa.
Y luego marcharon todos juntos al ágora, acongojado su corazón.
Cuando todos se habían reunido y estaban ya congregados, se levantó entre ellos Eupites para hablar ‑pues había en su interior un dolor imborrable por su hijo Antínoo, el primero a quien había matado ‑el divino Odiseo‑; derramando lágrimas por él levantó su voz y dijo:
«Amigos, este hombre ha llevado a cabo una gran maldad contra los aqueos: a unos se los llevó en las naves, a muchos y buenos, perdiendo las cóncavas naves y a su pueblo; y a otros los ha matado al llegar; a los mejores con mucho de los cefalenios. Conque, vamos, antes que llegue rápidamente a Pilos o a la divina Elide, donde mandan los epeos, vayamos nosotros, o estaremos avergonzados para siempre, pues esto es un baldón incluso para los venideros si se enteran; porque si no castigamos a los asesinos de nuestros hijos y hermanos, ya no me sería grato vivir, sino que preferiría morir enseguida y tener trato con los muertos. Vamos, que no se nos anticipen a atravesar el mar.»
Así habló derramando lágrimas y la lástima se apoderó de todos los aqueos. Entonces se acercaron Medonte y el divino aedo ‑pues el sueño les había abandonado[SC39] ‑, se detuvieron en medio de ellos y el estupor se apoderó de todos. Y habló entre ellos Medonte, conocedor de consejos discretos:
«Escuchadme ahora a mí, itacenses; Odiseo ha realizado estas acciones no sin la voluntad de los dioses. Yo mismo vi a un dios inmortal apostado junto a Odiseo y era en todo parecido a Méntor. El dios inmortal se mostraba unas veces ante Odiseo para animarle y otras agitaba a los pretendientes y se lanzaba tras ellos por el mégaron, y ellos caían hacinados.»
Así habló y se apoderó de todos el pálido terror.

Entonces se levantó a hablar el anciano héroe Haliterses, hijo de Mástor, pues sólo él veía el presente y el futuro; éste habló con buenos sentimientos hacia ellos y dijo:
«Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros. Para nuestra desgracia se han realizado estos hechos, pues ni a mí hicisteis caso ni a Méntor, pastor de su pueblo, para poner coto a las locuras de vuestros hijos, quienes realizaban una gran maldad con su funesta arrogancia, esquilmando las posesiones y deshonrando a la esposa del hombre más notable, pues creían que ya no regresaría. También ahora sucederá de esta forma, obedeced lo que os digo: no vayamos, no sea que alguien encuentre la desgracia y la atraiga sobre sí.»
Así habló y se levantó con gran tumulto más de la mitad de epos, pero los demás se quedaron allí, pues no agradó a su ánimo la palabra, sino que obedecieron a Eupites. Y poco después se precipitaban en busca de sus armas. Después, cuando habían vestido el brillante bronce sobre su cuerpo, se congregaron delante de la ciudad de amplio espacio, y los capitaneaba Eupites con estupidez: afirmaba que vengaría el asesinato de su hijo y que no iba a volver sino a cumplir allí mismo su destino.
Entonces Atenea se dírigió a Zeus, el hijo de Cronos[SC40] .
«Padre nuestro Cronida, el más excelso de los poderosos, dime, ya que te pregunto, qué esconde ahora tu mente. ¿Es que vas a levantar otra vez funesta guerra y terrible combate, o vas a establecer la amistad entre ambas partes?»
Y Zeus, el que reúne las nubes, le contestó:
«Hija mía, ¿por qué me preguntas esto? ¿No has concebido tú misma la decisión de que Odiseo se vengara de aquéllos al volver? Obra como quieras, aunque te voy a decir lo que más conviene: una vez que el divino Odiseo ha castigado a los pretendientes, que hagan juramento de fidelidad y que reine él para siempre. Por nuestra parte, hagamos que se olviden del asesinato de sus hijos y hermanos. Que se amen mutuamente y que haya paz y riqueza en abundancia.»
Así hablando, movió a Atenea ya antes deseosa de bajar, y ésta descendió lanzándose de las cumbres del Olimpo.

Y después que habían echado de sí el deseo del dulce alimento, comenzó a hablar entre ellos el sufridor, el divino Odiseo:
«Que salga alguien a ver, no sea que ya vengan cerca.»
Así habló y salió un hijo de Dolio, por cumplir lo mandado, y fue a ponerse sobre el umbral; vio a todos los otros acercarse y dijo enseguida a Odiseo aladas palabras:
«Ya están cerca, armémonos rápidamente.»
Así habló y se levantaron, vistieron sus armaduras los cuatro que iban con Odiseo y los seis hijos de Dolio. También Laertes y Dolio vistieron sus armas, guerreros a la fuerza, aunque ya estaban canosos. Cuando ya habían puesto alrededor de su cuerpo el brillante bronce, abrieron las puertas y salieron afuera, y los capitaneaba Odiseo.
Entonces se les acercó la hija de Zeus, Atenea, semejante a Méntor en cuerpo y voz; al verla se alegró el divino Odiseo y al punto se dirigió a Telémaco, su querido hijo:
«Telémaco, recuerda esto cuando salgas a luchar con los hombres donde se distinguen los mejores: que no deshonres el linaje de tus padres, los que hemos sobresalido por toda la tierra hasta ahora en vigor y hombría.»
Y Telémaco le contestó discretamente:
«Verás si así lo desea tu ánimo, querido padre, que no voy a avergonzar tu linaje, como dices.»
Así habló; Laertes se alegró y dijo su palabra:
«¡Qué día éste para mí, dioses míos! ¡Qué alegría, mi hijo y mi nieto rivalizan en valentía!»
Y poniéndose a su lado le dijo la de ojos brillantes, Atenea:
«Arcisíada, el más amado de todos tus compañeros, suplica a la joven de ojos brillantes y a Zeus, su padre; blande tu lanza de larga sombra y arrójala.»
Así habló y le inculcó un gran valor Palas Atenea. Suplicando después a la hija de Zeus, el Grande, blandió y arrojó su lanza de larga sombra e hirió a Eupites[SC41]  a través del casco de mejillas de bronce. El casco no detuvo a la lanza y ésta atravesó el bronce de lado a lado; cayó aquél con gran estrépito y resonaron las armas sobre él.

Se lanzaron sobre los primeros combatientes Odiseo y su brillante hijo y los golpeaban con sus espadas; y habrían matado a todos y dejádolos sin retorno si Atenea, la hija de Zeus portador de égida, no hubiera gritado con su voz y contenido a todo el pueblo:
«Abandonad, itacenses, la dura contienda, para que os separéis sin derramar sangre[SC42] ».
Así habló Atenea y el pálido terror se apoderó de ellos; volaron las armas de sus manos, aterrorizados como estaban, y cayeron al suelo al lanzar Atenea su voz. Y se volvieron a la ciudad deseosos de vivir.
Gritó horriblemente el sufridor, el divino Odiseo y se lanzó de un brinco como el águila que vuela alto. Entonces el Cronida arrojó ardiente rayo que cayó delante de la de ojos brillantes, la de poderoso padre, y ésta se dirigió a Odiseo:
«Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides, contente, abandona la lucha igual para todos, no sea que el Cronida se irrite contigo, el que ve a lo ancho, Zeus.»
Así habló Atenea; él obedeció y se alegró en su ánimo. Y Palas Atenea, la hija de Zeus, portador de égida, estableció entre ellos un pacto para el futuro, semejante a Méntor en el cuerpo y en la voz.





Apendice V
PERSONAJES  DE LA OBRA

Alcínoo: Rey de los feacios, esposo de Arete y padre de Nausícaa.

Antínoo: Principal pretendiente de Penélope. Tiene una personalidad desequilibrada, según expresa el mismo Homero. Es hipócrita, taimado y cruel. Este hombre extremadamente sensual, consume los días en la búsqueda desenfrenada de placeres viles. La muerte lo sorprende borracho y embrutecido. Él es el modelo ejemplar o arquetipo que representa a todos los pretendientes. 

Apolo: Dios de la luz, la poesía y la música.

Arete: Esposa y sobrina de Alcínoo, madre de Nausícaa y soberana de los feacios.

Atenea: Diosa de la sabiduría, las ciencias y las artes. Nació del cerebro de Zeus completamente armada.

Calipso. Ninfa del mar, hija de Atlante.

Caribdis: Monstruo marino sorbedor del agua cuyos remolinos arrastraban las embarcaciones.

Circe: Maga que habita la isla de Eea. Tiene grandes poderes para transformar a las personas en animales.

Eolo: Dios de los vientos.

Escila: Monstruo de seis cabezas que devoraba a los marinos que pasaban cerca de su gruta en el mar.

Eumeo: Porquerizo de Odiseo, uno de los pocos que permanecieron fieles al rey.

Euriclea: Esclava y nodriza de Odiseo, primero, y de Telémaco después.

Heracles o Hércules: Semidiós de extraordinaria fuerza y gran valor, habita con los inmortales.

Méntor: Amigo de Odiseo, regente de Ítaca durante la ausencia del rey-

Nausícaa: Hija de Alcínoo y Arete.

Néstor: Rey de Pilos, amigo y compañero de Odiseo.

Palas: Epíteto de Atenea, cuyo significado se desconoce.

Pisístrato: Hijo de Néstor, acompañante de Telémaco.

Polifemo: Uno de los cíclopes, hijo de Poseidón. Tenía un solo ojo en mitad de la frente.

Sirenas: Monstruos con cuerpo de pájaro y cabeza de mujer. Poseían una voz seductora y devoraban a cuantos llegaban a su isla.

Telémaco: Hijo de Odiseo y Penélope. Es el hijo que todos quisieran engendrar. Creció en medio de festines de los pretendientes, sin tener clara conciencia de que eran enemigos naturales suyos ni de que llegarían a fraguar un complot contra su vida. Con todo, no necesita más que un leve impulso exterior –la visita de Atenea/Méntor en la Rapsodia I- para que despierte en él la íntima y necesaria disposición hacia la iniciativa y la acción. Sin avisar siquiera a su madre, pues sabe que ella solo lo frenaría con sus temores, emprende su viaje tras fracasar ante la Asamblea en su intento de conseguir algún apoyo para sacar a los pretendientes de su casa. Por primera vez en su vida abandona la casa paterna para salir al gran mundo de las cortes aqueas. Es un muchacho campesino que de pronto descubre los beneficios de su alta cuna y educación, azorado y sorprendido por el reconocimiento y las atenciones de que es objeto en Pilos y Esparta. Es entonces cuando en su espíritu comienza a tomar forma el proyecto de venganza. La imagen ejemplar del padre perdido y el ejemplo esclarecedor de Orestes, son factores capitales de su transformación en adulto.

Al final de la obra, Telémaco espera inquieto la señal convenido de Odiseo, con su lanza al alcance de la mano. Ya no hay inseguridad en sus ademanes. En su actitud tensa, reconcentrada, brilla el odio con toda su intensidad. Se muestra severo con Penélope, pues no comprende por qué precipitó ella los acontecimientos convocando al concurso de tiro al arco.

En el combate se distingue por su bravura; a la hora de impartir justicia es implacable, como lo ilustra el ahorcamiento de las esclavas.

Tiresias: Adivino tebano, único mortal que conservó la memoria en el Hades.

Zeus: Jefe del cuarto panteón griego, hijo de Cronos y Rea. Dios del cielo, el rayo, etc. Conoce el futuro y a veces los revela a los mortales.



Fuentes

Apuntes de clase
Tomos 1 y 2 , bibliografia suministrada por el profesor
Arriaga, José Luis. Diccionario de Mitología. Bilbao, 
España. Ediciones Mensajero, 1983.
Borges, Jorge Luis. Las versiones homéricas, 1932.
Revista virtual. 10.11.06
Discusión:Épica. En: Wikipedia, la enciclopedia libre. Internet 10.11.06
Homero. En: Wikipedia, la enciclopedia libre. Internet 10.11.06



Comentarios
[1] Los valores éticos cubren siete aspectos:
a. Areté. Es el más alto valor humano; ideal de perfección constante buscado por los héroes.
b. Agatós. Poseer la bondad, la verdad y la belleza interiores.
c. Sofrosine. Es la moderación. Todo con medida. Odiseo es fiel exponente de este valor ético.
d. Deber. Obligar al héroe a cumplir con su estado de líder.
e. Cólera. Es un derecho del líder, del héroe.
f. Venganza. Es la búsqueda del equilibrio perdido. Es obligatoria dentro de ética homérica.
g. Magnanimidad. Es el perdón en la victoria; cuando se debe ser capaz de perdonar hasta lo imperdonable.

[2] El vino perdió también al ilustre centauro Euritión en el palacio del muy noble Pirítoo cuando marchó al país de los Lapitas . Cuando había dañado su mente con el vino, cometió enloquecido acciones indignas en la casa de Pirítoo, pero la indigna­ción se apoderó de los héroes y se arrojaron sobre él, lo arras­traron afuera a través del vestíbulo y le cortaron orejas y nariz con cruel bronce. Y él, dañado en su mente, se marchó sopor­tando su desgracia con ánimo demente. Por esto se produjo la contienda entre hombres y Centauros, y aquél fue el primero que encontró el mal para sí mismo por haberse cargado de vino.



 [SC1]Una especie de morcilla. La comparación es vulgar y tomada del entorno inmediato del póeta como las demás, pero al menos es, en líneas generales, ade­cuada al comparatum, cosa que no sucede siempre.
 [SC2]Sobre las hijas de Pándaro, la tradición mitográfica no se pone de acuer­do en lo que se refiere a número y nombres. En todo caso, una de ellas debe ser Aedón (cfr. XIX.518 y ss.). La muerte de los padres se debe a un castigo de Zeus por haber robado un mágico perro de oro que custodiaba el templo del dios en Creta.
 [SC3]Se trata de nuevo, como en XVIII.117, de una frase dicha al azar.
 [SC4]Es el acompañamiento habitual de Telémaco, pero solo cuando se dirige al ágora. Cfr. también II11 y XVII.62.
 [SC5]Es la fiesta de Apolo a la que se alude más abajo (v. 276) y luego en XXL258. pero probablemente también tiene doble sentido. Es un rasgo de iro­nía trágica.
 [SC6]Resulta extemporáneo introducir aquí de repente una nueva propuesta de matar a Telémaco. Después de la emboscada fallida en el islote de Asteris (cfr. IV.844 y ss.), Antínoo propone en XVL363 y ss. acabar con Telémaco, pero Anfínomo se opone dando largas. Esta nueva propuesta es un doblete desange­lado de aquélla y parece introducida para insertar un nuevo presagio.
 [SC7]Esto confirma la existencia de los albergues públicos que aparecían cita­dos en XVIII.328 y ss.
 [SC8]Gr. sardánion, sonrisa entre amarga y desdeñosa. La palabra está quizá re­lacionada con sairó, que significa «sonreír» o simplemente «separar los labios y enseñar los dientes». Posteriortriente fue relacionada con una plants de Cerdeña (Sardó), cuya deglución producía tal efecto la Ranunculus Sardous, con lo que el adjetivo cambió a sardónion y ha pasado a todas las lenguas cultas con el mismo sentido que tiene en este pasaje.
 [SC9]Esta es la tercera intervención, inesperada y extraña como siempre, de Teoclímeno; inesperada, porque no se había mencionado su presencia en el banquete; extraña, porque habla no como un mantis, sino como un vidente ‑cosa completamente ajena a Homero.
 [SC10]Es un epíteto fijo, más adecuado a la mano de un guerrero que a la de una reina.
 [SC11]Las digresiones (generalmente en composición anular, cfr. nota 251) son características de Homero cuando trata de explicar un objeto o un hecho rele­vante (cfr. cetro de Agamenón en Ilíada, II.101 y ss., o armás de Aquiles en id., XVIII.468 y ss., etc.). Aquí se trata del arco con el que Odiseo mata a los pre­tendientes. La historia que cuenta es incompleta como siempre, aunque su au­diencia conocía los detalles. En todo caso, se enmarca en el ciclo de Heracles: Eurito murió por obra de Apolo al desafiarlo con su arcó (cfr. VI11.224‑5). Éste pasó a manos de su hijo Ifito, quien a su vez se lo regaló a Odiseo. Lateralmente se alude a la muerte de Ifito a manos de Heracles (que le había robado ganado) a pesar de estar hospedado en su casa. No sabemos por qué lo mató, aunque los mitógrafos aducen que no había sido él el ladrón o que cayó en un acceso de lo­cura. Sea como fuere, Heracles aparéce de nuevo como un varón esforzado, pero mortal y lleno de hybris.
 [SC12]Nueva comparación poco afortunada.
 [SC13]A pesar de todo, como se ve más abajo (v. t SS), también él era un pretendiente y por eso no se salvó de la muerte. Es el primero que intenta tender el arco y será el último en morir (cfr. XXI1.310 y ss.)
 [SC14]Cfr. nota 7U
 [SC15]Eran seres monstruosos, mitad hombre mitad caballo, nacidos de Ixión y de una nube que Zeus formó con la figura de Hera (cfr. Plndaro, Pítita, II.39 y ss.) La mitología conoce varios desmanes de los Centauros provocados por el vino. En la boda de Pirítoo con Hipodamia lo bebieron en demasia y Euritión trató de forzar a la novia. Al final fueron expulsados de Tesalia.
 [SC16]Cfr. I.356‑64. Son dos pasajes similares en que Telémaco quiere imponer su autoridad en el palacio. Éste, sin embargo, es más adecuado a la situación: nos muestra a un Telémaco ya plenamente adulto y capaz de colaborar con su padre en la venganza.
 [SC17]Expresión de origen oscuro que probablemente significa «el extremo que es la muerte. Pero cfr. R. B. Onians, ob. cit., págs. 310 y ss.
 [SC18]Pasaje oscuro y debatido. Según la interpretación de A. J. B. Wace (Com­panion..., pág. 496), que se basa en la distribución del llamado «Palacio de las co­lumnas» de Micenas, se trata de una sola salida, la orsothyré, puerta lateral del mégaron que conduce a un pasillo (laúré) por donde se accede a las habitaciones privadas. Esta es la que manda vigilar Odiseo.
 [SC19]Aparte de la orsothyré o postigo, antes aludido, había unos «huecos» (rbó­ges) en el mégaron. Sobre estos misteriosos huecos que también daban acceso a las habitaciones privadas, se ha pensado que podrían ser ventanucos abiertos en una escalera que subía al piso superior o bien metopas huecas en el entablarnen­to. Para a. J. B. Wace (ob. cit., pág. 497), estas interpretaciones son inadmisi­bles, porque a la dificultad de alcanzar tales huecos se añade la de pasar tantas armas por ahí. El sugiere que podría tratarse de una balaustrada o galería sopor­tada por las columnas que rodean el Hogar en el centro del mégaron.
 [SC20]Aparte de la varita, que no le es propia (cfr. nota 208), Atenea utiliza la égida de Zeus, instrumento mágico que produce pánico en los combatientes (cfr. nota 53). Este pasaje imita a Ilíada, XV.306 y ss.
 [SC21]Ignoramos qué función podia tener esta edificación circular. En las exca­vaciones de los palacios micénicos no ha aparecido nada que se le parezca.
 [SC22]No parece may clara la pertinencia de este ejemplo que aduce Penélope. Es posible que trate de exculparse de la frialdad inicial con Odiseo atribuyendo­la a los dioses. En todo caso, es un buen ejemplo del proceso de rehabilitación moral de Helena cuyos ecos se perciben más de una vez en la Odisea
 [SC23]Resulta extraña esta alteración del orden normal del tiempo para tan in­significante fin. Sólo hay otro ejemplo en la Mitología griega cuando Zeus hizo que Helios invirtiera su curso para que Atreo reinara sobre Tiestes, ár. Eurípi­des, Eletra, w. 726 y ss.
 [SC24]Son dos nombres parlantes, «el que brilla» y «el que alumbra». No hay
que confundir a este Faetonte con el hijo de Helios ‑o de Eos según Hesiodo, Teogonía, 986 y ss.
 [SC25]Hasta el v. 341 constituye un resumen completo y bastante ajustado, salvo algunos detalles, de todas las aventuras de Odiseo comprendidas en los can­tos VIII‑XIII, pero aquí lógicamente, en orden cronológico. Algunos filólogos han sugerido, desacertadamente, que podría tratarse de un resumen mnemotécnico para uso de rapsodas.
 [SC26]No murieron todos. Quedaron los de la nave de Odiseo.
 [SC27]No vio a todas sus compañeros, sino sólo a Elpenor.
 [SC28]En realidad, Odiseo evitó este camino que Circe le había señalado como alternativa de Escila y Caribdis, cfr. XI1.G0 y ss.
 [SC29]Cilenio es un epíteto local de Hermes en Arcadia donde se sitúa el monte Cilene. También aparece en el Himmo a Hermes, v. 318.
 [SC30]Es otro epíteto extraño de Hermes, aunque ya aparecía en Ilíada, XVI.185, y reaparece en Hesiodo, Fragm., 137 West.
 [SC31]Léucade es el nombre de varios promontorios y ciudades costeras. Sin embargo, debe tratarse aquí de un nombre mítico, puesto que está «más allá de las corrientes de Océano». Lo mismo hay que decir de «Las puertas de Helios» y del «Pueblo de los Sueños». Toda esta geografía infernal es ajena al resto de los poemas homéricos, así como el carácter de Psicopompo de Hermes y la forma en que bajan las almas al Hades. Toda esta parte, hasta el v. 204, es la llamada segunda Nekya y ya fue atetizada por Aristarco como señala el escoliasta. Cfr. Introducción.
 [SC32]Homero habitualmente habla de Musa en singular (cfr. I.1, VIII.73, 481, 488. Este es el primer pasaje donde se habla de Nueve ‑‑aunque más abajo vuelve al singular, que es, más bien, un colectivo. A partir de Hesiodo (Teogonía, 915) ya se las considera hijas de Zeus y de Mnernósine, y posteriormente se les dieron nombres y funciones. Pero Musa procede de montya y es, en el origen, una divinidad de las montañas.
 [SC33]Es la segunda vez que se cita a Dióniso (la primera en XI.325). Es un dios que no goza de las simpatías de la aristocracia, y, por tanto, de la Épica, aunque sin duda en época homérica ya tenía una presencia importante en las capas populares.
 [SC34]Esta frase indica que Odiseo se negaba en un principio a ir a Troya. En los Cantor chipriotas, poema épico tardío cuyo argumento recoge la Cretamatía de Proclo, se afirmaba que Odiseo se fingió loco, pero que Palamedes descubrió su astucia sirviéndose de Telémaco, recien nacido. Sin embargo, todo ello parece un intento de justificar a priori la ulterior enemistad entre ambos héroes. En este pasaje se dice que fueron a buscar a Odiseo solamente Agamenón y Menelao.
 [SC35]Es la tercera vez que se cuenta la historia del telar, cfr. Tambien Ii.93-100 y XIX.138-156.
 [SC36]Este relato no responde a la Odirea que tenemos, por lo que algunos críticos han llegado a pensar que quizá pertenezca a una redacción primitiva en que Odiseo se da a conocer a Penélope y juntos traman la muerte de los pretendientes.
 [SC37]Aquí culmina la syncrisis o comparación entre las familias de Odiseo y Agamenón que ha sido un leit‑motiv de la obra. Por ello la segunda Nekya no sólo no es innecesaria, como pretenden algunos, sino que ofrece un paralelismo necesario a la primera: allí se narraba la muerte de Agamenón y se señalaba el carácter pérfido de Clitemnestra; aquí se narra el triunfo de Odiseo y se subraya la fidefidad de Penélope. Incluso el detalle de hacer colaborar a Penélope con Odiseo parece intencionado para oponerla a Clitemnestra.
 [SC38]Es el nombre que Homero da a Sicilia, aunque conocía también este último (Sikelía), como se ve por la esclava de Laertes, llamada Sicele o siciliana, cfr. también XX.383.
 [SC39]La última vez que vimos a Medonte y al aedo (XXII.380) se habían ido al altar de Zeus. La frase «el sueño les había abandonado» es una banal frase de transición. También hay una pequeña inconsecuencia: Medonte no pudo ver la muerte de los pretendientes porque estaba debajo de un sillón y cubierto por una piel (cfr. XX11.361 y ss.)
 [SC40]Este tránsito repentino de la asamblea itacense al Olimpo no tiene paralelo en Homero. Es otro rasgo que ha hecho sospechoso este canto a los analíticos, cfr. Introducción.
 [SC41]Eupites es el padre de Antínoo. Es lógico que sea él también el primero en morir en la refriega y que lo haga precisamente a manos de Laertes.
 [SC42]También es ajeno a Homero el que todo un ejército oiga la voz de un dios. El terror masivo lo suele producir Atenea con la égida, no con sus palabras, cfr. XXII.297 y ss.

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